Relatos: Cuatro años de felicidad y travesuras



CUATRO AÑOS DE FELICIDAD Y TRAVESURAS


Por Eva P. Martínez

Espinosa de los Monteros, 17 de Julio de 2007.

La Resi de Villarcayo... ¡qué gratos recuerdos!

Llegué allí, junto con mi hermano, el curso del 77-78. En principio, sólo íbamos a estar un año. Pero claro, al finalizar aquel curso, mi hermano y yo no queríamos ir a Bilbao: queríamos seguir en la Resi, así, año tras año. Hasta que cerró. Y menos mal, ya que si no, a mi madre le hubiera dado algo. Pero nos lo pasábamos tan bien...

Había niños que iban porque tenían algún problema respiratorio de bronquios, asma, etc., y necesitaban el aire fresco y saludable de las Merindades.

Recuerdo las lágrimas de mi madre cuando nos montábamos en el autobús, y nosotros tan contentos... Y eso que cada viernes bajábamos a Bilbao. Bueno, no todos, porque a veces le decíamos que subiera ella a vernos el domingo. Otros le tocaba a mi padre.

Así que, cada curso, después del verano, a hacer la maleta, con toda la ropita, bien marcada con nuestro número yo era el 283 y luego, si no recuerdo mal, había que bordar una cruz, dependiendo del grupo en que estabas: Pequeñas, Medianas Pequeñas, Medianas Mayores o Mayores ¿no era así?. Lo que ya no recuerdo eran los colores que pertenecían a cada grupo. Han pasado tantos años...

Y allí, a la calle Gordóniz en Bilbao, repleta de autobuses, íbamos todos contentos. Bueno, por lo menos, nosotros sí.

Te encontrabas con compañeros que volvían, y otros que echabas de menos. Y empezaba aquel viaje infernal de 2 horas y media, que atravesaba todos los pueblos habidos y por haber del Valle de Mena. ¿Os acordáis cuando pasaba por Zalla, frente a la Papelera? ¡Qué olor! Siempre me tocaba ir donde el conductor a pedirle una bolsita, de esas grises, para mi hermano, ya que entre las curvas y aquel olor... imaginaos, el pobre, que viajecitos. Hoy en día sigue ese olor. Eso sí, huele menos, y el viaje se ha reducido a una hora. Dentro de poco, hasta tendremos autovía desde Balmaseda a Bilbao. ¡Cómo pasa el tiempo! Como esto siga así, algún día tendremos Aeropuerto en las Merindades.

Sigamos con lo nuestro. Yo era muy traviesa bueno, aún lo sigo siendo un poco, je, je.... Me acuerdo que, cuando llegué la primera vez a la Resi, todavía seguían las monjas por allí. Separaban a los chicos de las chicas: la sala de chicos y la sala de chicas, en la mitad del comedor las chicas y en la otra los chicos... No os podéis ni imaginar las veces que me castigaron por ir a la zona de los chicos, y claro, es que quería ver a mi hermano, más pequeño que yo: entonces él tenía 7 añitos.

El día en la Resi empezaba con música: así nos despertaban. Nos aseábamos..., vestíamos... y llegaba la hora de hacer la cama. No sé vosotros, pero como la hacía rápido, si llegaba la seño y la veía hecha, me la deshacía. Me echaba todas las sábanas para atrás, y a volverla a hacer. Había que ventilarla.

En la época de las monjas, antes de desayunar nos llevaban a rezar y luego desfilábamos por los eternos pasillos hasta el comedor. Si no recuerdo mal, nos ponían en dos filas, una a cada lado del pasillo, y la seño en medio. Yo siempre estaba la primera: como era una retaco... Para desayunar nos ponían aquellos tazones inmensos de cristal color marrón, con leche y Cola-Cao o algo parecido, unas galletas María y no recuerdo si había algo más. Y al terminar el desayuno, a clase.

A la hora de comer, otra vez pasillo arriba hacia el comedor, y si tenías que ir a la enfermería, lo hacías antes de entrar a comer. Había que entrar al comedor por grupos, así que mientras esperábamos a entrar, allí en los servilleteros, con aquellas servilletas rosas y blancas, que estaban en unos cajoncitos abiertos, ordenados por números, hacíamos guerra a darnos con la punta de la servilleta: que daño hacía, ¿verdad? Y si mojabas la punta, aún más je, je... ya os he dicho que era muy traviesa.

Una vez dentro del comedor, de pié hasta que hubiéramos entrado todos, y uno cualquiera de nosotros, micrófono en mano, pronunciaba la famosa frase: "Bendícenos, Señor, bendice estos alimentos que vamos a tomar". A lo que, todos a una, contestábamos: "Amén". Y nos sentabamos, a veces arrastrando ruidosamente las sillas, o diciendo el "Amén" a grito pelado, con la consiguiente regañina y a repetir, otra vez todos de pie, hasta que lo hiciéramos bien, sin gritar, y sin arrastrar las sillas.

Entonces pasaban las chicas de la cocina, con sus uniformes de color rosa, y nos traían la comida en unos carritos, en ensaladeras de cristal marrón, o fuentes a juego. Te lo dejaban en la mesa, y claro, si te echabas poco, al volver a recoger el cuenco te echaban más, o si pasaba alguna monja, o alguna seño, te lo llenaban hasta los bordes. Cuando había pasta, te daba igual, pero cuando había alubias... Aquellas alubias que entonces no me gustaban, y ahora me encantan.

Os voy a contar una anécdota. Un día había para comer las famosas alubias y luego huevos fritos. Pues bien, yo no me comí las alubias, y cuando mis compañeras terminaron, coloqué sus platos encima del mío. Así éste quedaba el último. Aquel día estaba recogiendo los platos una de las cocineras malas no recuerdo su nombre y empezó a levantar plato por plato. Cuando llegó al mío, lo apartó y dijo que me comiera eso. Imaginaros todas las alubias allí aplastadas. Llegó el segundo plato. A mí el huevo, si la clara no está bien hecha y la yema bien blandita, me da mucho asco. Aquel huevo estaba al revés: la yema parecía de un huevo cocido, y la clara, mocos. Así que mezclé el huevo con las alubias y volví a poner mi plato el último. Pero volvió con el carrito la cocinera mala, y cuando levantó los platos y vio el mío, me dijo que no me levantaba de allí hasta que no me comiera aquello. Imaginaros cómo estaría todo eso, mezclado, aplastado, las alubias con el huevo... Todo el mundo se marchó, y yo allí solita en el comedor, hasta que llegó la monjita que trabajaba en la cocina, me quitó el plato, me dijo que la acompañara y no veáis que tortillita francesa con patatas fritas me hizo para comer... No recuerdo tampoco el nombre de esta monjita. Y bueno, como éstas, muchas más veces, ya que era muy mala comedora.

¿Dónde lo dejamos? Ah, sí: estábamos comiendo. Después de comer otra vez a clase, y luego a merendar.

La merienda nos la daban en la sala de juegos. Eran bocadillos de diferentes tamaños, depositados en unos barreños de plástico verde. Solía haber dos, y allí todos en fila. El día que había Nocilla, había una colas... Hasta faltaban bocadillos. Pero el día que traían chorizo... Te llevaban de las orejas a coger tu bocadillo, sobre todo a mí. Recuerdo que a veces se enfadaban porque encontraban pan tirado por los patios, y nos castigaban: sin cine el domingo, sin juegos, etc., etc...

Después de la merienda, a jugar y a hacer los deberes. Recuerdo que mi amigas y yo, detrás de los columpios, nos hicimos unas cabañas, entre los árboles. O también jugábamos a la cuerda, a saltar: "Alirón, alirón, el Athletic es campeón...". En aquel entonces éramos muy buenos je, je, sin comentarios ahora....

Lo que sí me acuerdo que jugábamos, era al béisbol, pero de una manera peculiar. No sé si alguno de vosotros os acordáis: lo jugábamos chutando con el pie, y teníamos cuatro bases. Recuerdo que me encantaba jugar a eso, y bueno, queda mal decirlo, pero es que era muy buena chutando, y corría como una bala de base en base... ¿Recordáis alguno de vosotros jugar al béisbol así?

"¡Piiiii...!". Silvato en mano, la seño nos llama para ir a cenar, y vuelta al comedor, a rezar, a cenar, a las habitaciones, a volver a rezar y a dormir. Así como para levantarnos nos ponían música, para dormir nos ponían cuentos: "La isla del Tesoro", "El Libro de la Selva", y tantos otros.

Bien, y entonces llegaba lo bueno: ¡fiestaaa...! En cuanto se apagaba la luz, a veces guerra de almohadas. Normalmente estas cosas pasaban las noches de los fines de semana. Una vez tiré la almohada y, mientras ésta volaba por los aires, se abrió la puerta y apareció una seño, con tal mala suerte que estaba en la trayectoria de la almohada. Ya podéis imaginar donde aterrizó la almohada.

Así que para que no me volvieran a pillar, ¿qué hice? ¿Recordáis que, cuando se apagaban las luces, quedaban unos pilotitos de luz, en la pared, cerca del suelo, encendidos? Pues bien, quitaba las bombillitas de los pilotos del bloque de mis camas y de los de al lado, así el techo de mi parte quedaba a oscuras y si venía la seño o la hermana, por el otro lado, su sombra se reflejaba en el techo, y así controlaba cuándo venían...

Y cuántas noches hemos estado castigadas, todas de pie, en el medio de los dormitorios, en dos filas, con los brazos en alto. Y ojo con no apoyarlos en la compañera que tenías delante... El caso es que, siempre que nos castigaban a todas, no era nunca por algo que yo hiciera, porque eso sí, cuando hacía travesuras y me pillaban, pues eso, me pillaban a mí, y si no me pillaban y preguntaban quién había hecho esto o aquello, si había sido yo, siempre lo decía. Es más, una vez, estando todas castigadas, la seño dijo: "Eva, a la cama". Y claro, todas perplejas, incluida yo. Alguien pregunto el por qué. Y la seño dijo: "Porque Eva no ha sido. Si ella hubiera sido, ya habría salido diciendo que fue ella, y no estaríais todas castigadas". Y tenía razón. Yo era traviesa, pero muy noble, y no hubiera permitido que todas mis compañeras hubieran estado castigadas por mí. La verdad es que el resto tardó en irse a dormir.

Era traviesa. Reconozco verdaderamente que era traviesa, pero no mala. No tengo maldad. Y lo bueno era que luego le decían a mi madre que les daba penar castigarme, porque era muy cariñosa y muy buena con mis compañeras. E incluso, a veces, las trastadas les hacían gracia. Y es que, claro, llevar más de un año seguido en la Resi, tenía sus ventajas...

Os voy a contar otra travesura: ésta si que fue gorda. Estaba con unas amigas en el recodo que había antes de entrar en los baños, juntos a las escaleras que iban a los dormitorios. Allí estábamos hablando, de que si las monjas tenían el pelo largo o corto. Total, que al final dije yo: "Eso lo averiguamos enseguida". Nos subimos a las escaleras, medio escondidas, y cuando por debajo pasó una hermana, allí que tiré yo de la cofia. Menos mal que tiré flojito. Y como la tenía sujeta con orquillas, apenas se le movió. Así que nos quedamos sin saber cómo tenían el pelo las monjas, y Eva castigada sin salir a una excursión.

Y... ¿quién no ha echado aliento al termómetro o lo acercaba a la bombilla para que subiera la temperatura, y así quedarnos en una de las camas de la enfermería? Venga. Seguro que más de uno. Confesaros ahora.

Lo bueno de todo esto es que, pese a todo, cuando representábamos el Belén por Navidad, me solía tocar, o de angelito, o de la Virgen María je, je, y es que decían que como tenía carita de buena...

La verdad que como era muy cariñosa, siempre me llevaba el cariño de todas mis monitoras y de las hermanas, y al final, hasta les daba pena castigarme.

Hablando de representaciones, ¿qué me decís de esos bailes, y esas obras de teatro y actuaciones que hacíamos por Navidad o a final de curso? Yo estaba apuntada, y recuerdo algún que otro baile: una coreografía de la canción "Don Diablo" de Miguel Bosé, una danza rusa, un baile vestida de arrantzal, y alguna obra de teatro que ahora no recuerdo. Una vez acompañé a una seño donde guardaban los trajes y disfraces, más arriba de las escaleras de la enfermería, en un ático. Era una habitación enorme, con un montón de percheros con disfraces. Me quedé maravillada: parecía que había descubierto el desván de la fantasía... Aburrirnos en la Resi, no nos aburríamos, ¿verdad? Yo al menos.

Normalmente el fin de semana bajaba con mi hermano a Bilbao. Nos acompañaba una seño hasta la estación de ANSA en Villarcayo, y ¡ale, a los Bilbaos!. Y qué me decís de aquella estación de ANSA en la calle Autonomía entonces Gregorio Balparda, que te ahogabas cuando entrabas. Todos los autobuses allí metidos, con los motores encendidos, entre aquellas cuatro paredes. ¡Madre mía!, no se podía ni respirar... Así llegaba el domingo, y de vuelta a Villarcayo. Eso sí, a tiempo para ver la peli que nos ponían todos, todos los domingos a no ser que nos hubieran castigado por algo.

El fin de semana que me quedaba en la Resi, me lo pasaba pipa. No recuerdo qué nos daban de comer los fines de semana, pues apenas me quedaba casi nunca. Lo que sí recuerdo es que los sábados nos íbamos de excursión. Una vez, recuerdo, conocimos a Félix Rodríguez de la Fuente. No me acuerdo donde: si vino él a la Resi..., si nos llevaron a algún sitio a verlo... Pero tengo el recuerdo de él en mi mente. Quizá no fue a traves de la Resi, y le ví en algún viaje... Hace tanto tiempo, que ahora no me acuerdo muy bien.

También solíamos ir a la chopera que había junto a la Resi, y al río a bañarnos. La verdad es que no recuerdo muchas excursiones: ya os he dicho que los fines de semana me solía bajar a Bilbao.

Y el domingo, después de comer y jugar, nos llevaban a Villarcayo a comprar golosinas para llevarnos al cine. Deciros a los que no habéis vuelto, que el quiosquito aquel donde comprábamos las chuches, sigue estando. Eso sí, un poco mas mejorado. Antes creo que era de madera con los marcos verdes y ahora es de cemento y mármol, y más grande. Y os voy a contar un pequeño secretillo, acercaros que lo voy a decir en voz bajita: un domingo que nos castigaron sin salir al pueblo, para no quedarme sin gominolas, me escapé je, je.... Me iba escondiendo entre los setos y los árboles, hasta que llegaba a la valla, y de allí, corría y corría, compraba las cosas y, como un rayo, de vuelta a la Resi.

Nuca me pillaron y, gracias a Dios, nunca me pasó nada. Porque claro, ahora lo pienso, e imaginaros si me llega a pillar un coche, o cualquier cosa... Cabeza loca... La verdad que no lo volví a hacerlo más.

¿Y la cena de los domingos? Una lonchita de jamón cocido, un quesito, un huevo duro y... ¿había algo más? Yo solía mezclar el quesito con el huevo duro, y luego me hacía un rollito con el jamón. Y después un vaso de leche con Cola-Cao.

Siguiendo con más recuerdos de entonces, deciros que no sé cómo terminé en el coro. Todavía sigo sin entenderlo, con lo mal que canto. En la iglesia había un órgano, a los pies del altar a la derecha, justo enfrente de los bancos de las chicas. Me acuerdo que, después de los ensayos, entrábamos a la sacristía y, mientras el cura nos enseñaba los trajes, el cáliz, etc., etc..., le "cogíamos prestadas" algunas hostias sin bendecir aún, claro. Y mirad qué pequeño es el mundo, que dicho cura después de 30 años veraneando en Espinosa, me enteré el otro día , Leandro, es hoy en día el cura del pueblo donde vivo: Espinosa de los Monteros. Casualidad, ¿eh? Pues bien, que conste en acta, que el otro día me encontré a Leandro en la plaza del pueblo, y además de decirle que yo estuve en la Resi, le dije que yo era una de las que le "cogía prestadas" las hostias. Así que ya me he confesado, y Leandro me ha dado su perdón y su bendición.

Y ya que hablamos del clero y las confesiones, ¿qué me decís de ese mes de mayo, que todas, todas las tardes, teníamos que ir a la iglesia a rezar el rosario? Qué coñ... Y recuerdo también, ahora que estamos de confesiones, que hacíamos cola para ir al confesionario: iros a saber qué le contaría yo a Leandro... Pero bueno, si todo lo arreglábamos con dos Avemarías y dos Padrenuestros, pues ni tan mal.

No sé cómo, pero siempre en alguna misa, me tocaba salir a leer algo. Siempre he pensado que, con lo traviesa que fui, era la menos indicada. Bueno, quizás las monjitas pensaron que igual de tanto leer pasajes de la Biblia, me transformaría un poquito je, je....

No recuerdo muy bien, pero alguna trastada en la recepción de la Resi también hicimos. Allí era donde íbamos cuando nos llamaban nuestros padres por teléfono, que te nombraban por el nombre y el número: "Lorenzo Martínez y Eva Martínez, el 84 y el 283: al teléfono". Y allí que íbamos corriendo. Alguna me viene a la cabeza: hablar por el micrófono, subir la música, y bueno, cosillas así. Y recuerdo también tomarle el pelo al señor que solía haber allí, con traje azul marino y botones dorados. Cuando yo estuve, las seños también iban de azul marino.

Ya que estamos por la recepción, ¿os acordáis de aquel árbol de Navidad inmenso que ponían en la recepción? Era muy alto, y lo colocaban en el hueco de las escaleras, y colaborábamos decorándolo. Bueno, alguna bolita que otra ya puse. Y es que como estaba en todos los fregados... ¡me apuntaba a todo!

Creo que ya he exprimido mi cabeza al máximo, y os he contado todo lo que he recordado de mis cuatro años en la Resi. Espero que mis anécdotas hayan servido para que a algunos de vosotros les haya hecho recordar aquellos momentos inolvidables y retroceder en el tiempo por unos minutos. Yo he revivido todos esos momentos, como si hubiera estado allí ahora mismo, como si aún estuviera en la Resi: nuestra Resi.

"Así fueron las cosas, y así se las hemos contado". Si alguno de vosotros en la actualidad es director de cine, creo que tiene un guión muy bueno para hacer una película, estilo "Oliver Twist", o "Guillermo el Travieso" ja, ja.... O como aquella de Marisol, que estaba en un internado. Vamos, que ya me estoy viendo en el papel, pero sin cantar, ¿eh?

Gracias a Iñaki por haber creado esa web y mantener vivo aquel espíritu, y por haberme hecho recordar tan buenos y gratos recuerdos de mi estancia allí. El fue quién me propuso que os contara todo esto. Y gracias a él también, he sabido que Leandro, una persona que he tenido tan cerca durante muchos años, era aquel cura al que le "cogía prestadas" las hostias.

Un beso a todos los que seguimos guardando el recuerdo de la Resi en nuestros corazones.