Relatos: Los dos mejores años de mi vida



LOS DOS MEJORES AÑOS DE MI VIDA


Por Dori González

Palencia, 21 de Agosto de 2009.

Hola, mi nombre es Dorinda (Dori). Y aunque no sé si os acordareis de mí, yo si me acuerdo de algun@s de vosotr@s. Estuve en la Resi dos maravillosos años: el último curso que estuvieron las monjas (1978-79), y el siguiente.

El primer año fui con mi hermano Iñaki, que era un año mayor que yo. Sin embargo, el segundo me tocó ir sola, ya que mi hermano era bastante trasto y en la Residencia decidieron que no podía volver. Para mí fue una pena, y le eché mucho de menos. Aun así, me fui muy contenta, pues lo que quería era volver a Villarcayo.

Recuerdo cuando llegamos a la Resi. Me impresiono muchísimo: ¡tan grande!, ¡tan bonita!. Con las piscinas..., los campos de fútbol..., los columpios..., tanto espacio para jugar... Bueno, mi sueño hecho realidad.

Una vez allí, llegó el momento de la separación de niños y niñas, y mi sueño se frustró un poco, ya que las únicas personas a las que conocía eran: mi hermano, mi vecino Ramón y los hermanos Ansede. Eramos todos del mismo barrio, e íbamos al mismo colegio en Zorroza. El hecho de ser todos niños suponía quedarme sola con mis nuevas compañeras, que aún no conocía, pero que tardé poco en hacerlo y en sentirme otra vez motivada e integrada.

Por la mañana sonaba la música, y despertabas con otras normas diferentes, pero no difíciles de cumplir. Esos nuevos hábitos, con el tiempo se convirtieron en algo agradable y llevadero.

Recuerdo las duchas que, cuando menos te lo esperabas, allí te abrían la puerta las monjas o monitoras para ver si cumplías bien el ritual mañanero o, por el contrario, te colocabas en las esquinas para no ducharte o que no te tocara el agua. Esto último se hacía, pues no siempre salía el agua a la temperatura adecuada.

Después a la capilla, y luego a desayunar. Cómo recuerdo el sabor del foie gras que nos ponían, y que tanto me gustaba...

Por circunstancias de la vida, nosotros teníamos muy pocas visitas y nunca nos pudimos ir los puentes. Pero lo pasábamos muy bien, al ser muy poquitos los que nos quedábamos y, casi siempre, los mismos. Nos llevaban al río y por ahí, de excursión, y basta que éramos tan pocos, nos trataban esos días con más mimo. Hasta hacían más la vista gorda con la comida que no nos gustaba: mis queridas alubias blancas, tan grandes y como con venas, que yo tanto odiaba, y que siempre mis compañeras de mesa (muy majas ellas) me dejaban repartirlas entre sus platos para que, al aplastarlas, no se saliesen por los lados y así no me pillasen.

¿Os acordáis de cuando íbamos al río y nos subíamos a los árboles para llegar a los nidos de las urracas? Siempre encontrábamos algo. Mi hermano Iñaki y Bandeiras, si no recuerdo mal, encontraron un día un reloj.

Por esa afición de trepar a los árboles, un día nos llevamos una buena bronca de Pili, la monitora. El hecho es que mis amigas Mª Jose y Merche, y yo, nos subimos a uno. Y al bajarnos, íbamos agarradas las tres y nos caímos. La consecuencia fue algún moratón que otro, y la ropa rota. Así que a la enfermería, a curarnos, y un castigo. Lo que no recuerdo es con qué nos castigó.

Recuerdo los cuentos de las noches, sobre todo las historias de la Biblia, con las que hacía verdaderos esfuerzos por no dormirme y escucharlas enteras.

También recuerdo cómo solíamos quedar algunas chicas y chicos en armar juerga por la noche: ellos en su lado y nosotras en el nuestro, claro. Pero al final, terminábamos todos juntos en el hall que había fuera de los dormitorios, castigados y con los brazos en cruz. Qué cosas, sabíamos que terminaríamos con los brazos hechos polvo y con sueño, pero la cosa era estar juntos y poder hablar de ello al día siguiente.

¿Y quién no se acuerda de la fiesta que se hacía antes de ir de vacaciones a casa, con música en el patio, y de cómo bailábamos? ¿Y de las guerras de bolas de nieve con los chavales del pueblo?

Del personal de la Resi, recuerdo con especial cariño a Sor Aurelia: qué mujer más buena. Yo era un tanto traviesa, no mala, pero la hice rabiar más de una y dos veces. Qué paciencia debía de tener.

No tengo hijos, pero si los hubiese tenido y existieran Residencias como “Nuestra Señora de los Angeles”, no dudaría en ofrecerles la posibilidad de ir y de que viviesen esa experiencia.

Bueno, compañer@s. Hay infinidad de anécdotas recordar, que para mí es difícil poner en orden. Además, muchas de las cosas que recuerdo ya están plasmadas en otros relatos y no me quiero repetir. Así que aquí lo dejo.

A veces las sensaciones son difíciles de expresar con palabras, pero os aseguro que recuerdo mi paso por Villarcayo como los dos años más felices de mi vida. Por eso, me ha hecho igualmente muy feliz descubrir esta página y ver que, después de tantos años, la gente sigue en contacto.

Espero que nos podamos ver en la Kedada de Octubre, aunque supongo que después del tiempo transcurrido no conoceré a nadie. ¿O quizá sí?

Un beso a tod@s.