Relatos: Recuerdos y agradecimientos



RECUERDOS Y AGRADECIMIENTOS


Por Begoña Guerrero

Granada, 13 de Septiembre de 2009.

Soy Begoña Guerrero, y me parece que en la Resi se me conocía como Maribego. Entre el 65 y el 72 estuve yendo y viniendo de Villarcayo. En aquellos tiempos no recuerdo que nos refiriéramos a “la Resi”, y sí a la Residencia, o a Villarcayo a secas. Mis recuerdos son anteriores a casi todos los que he leído hasta ahora. Era al principio, y casi estábamos de estreno.

Recuerdo algunos de mis números: 228, 325, 338, 402. Visto así parece una clave secreta.

Yo era una de las que estaba allí por motivos de salud: en mi caso, las clases ocupaban un segundo lugar, y sólo acudía por las mañanas. No sé si esto era lo normal o era por mi precaria salud. Por las tardes, después de comer, necesitaba descansar y mientras todas jugaban en la sala de juegos yo tenía que estar en un rinconcito un rato tranquila. Siempre tenía a un montón de niñas alrededor. Creo que nunca llegaron a acostumbrase a mi "extraña" situación, ni creo que alcanzaron a saber el por qué. La verdad es que ni yo era consciente: así era, y sin más.

LA LLEGADA

Cuántos recuerdos. No se me olvidará la gran llorera y el enfado al llegar la primera vez. Nos pusieron a todas en la sala de juegos, en varias filas. Yo no tenía ni idea de qué pasaba. Muy agarradita a mi maleta, allí estaba todo lo que poseía en aquellos momentos, mis secretos, mi primer tesoro... Era la primera vez que me daban golosinas para yo administrarlas, y además las que yo quise: aquella naranja en gajos con el papel transparente, mi primera naranja sólo para mí. Hasta entonces, si alguna vez nos regalaban una era para repartir con los hermanos y, con un poco de suerte para él, con algún vecino que, siempre que había una visita en casa, se apuntaba a saludar a la visita.

Mi ropa interior toda nueva a estrenar, toda blanca creo que era de lo poco obligatorio que había que llevar y marcadita con mi numero. Mis zapatillas que, al igual que los zapatos marrones, me los compraron en Bilbao en una zapatería “oficial”, concertada con la Caja de Ahorros. Un vestido nuevo para cuando volviese a casa.... ¡Qué psicología la de mi madre! Aquella era la manera de darme confianza: "si tengo ropa para volver, pues vuelvo". Me quedé en la fila. Nos registraron las maletas y... nos requisaron todas las golosinas. En mi caso, muchísimas. Los años siguientes, en previsión de ello, traía menos y mejor escondidas. Además, yo me ofrecía voluntaria para ayudar en lo que fuese, y también en aquellos "registros".

Sólo la primera vez fui en el autobús. Me puse muy mala, por el olor de la papelera de Aranguren y por el movimiento. Vomité hasta llenar dos bolsas en todo el trayecto. Tenía un problema de diabetes, y al llegar me quede casi en coma. Os podéis hacer a la idea del escándalo que se armó. Menos mal que alguien se acordó que les llegaba una alumna con problemas diabéticos, y me dieron un azucarillo con agua. Se me pasó rápido, pero menudo susto se dieron. Los demás años me llevaba en coche la asistenta social, y me recogían mi madre y mi hermano.

LA SALA DE JUEGOS

Era multifuncional, y nos pasábamos horas jugando con los juegos que estaban marcados en el suelo, o cogíamos algún juego del armario. Eso sí, siempre teníamos que pedir permiso y devolverlo: las tabas, los catetos... No os riáis, así los llamábamos. Luego me enteré que se llamaban cuartetos.

El olor de la sala de juegos, las meriendas en los cestos... En aquel tiempo, a nosotras no nos daban Nocilla, pero sí una buena onza de chocolate. Como aquél no he vuelto a comer: qué rico, qué delicia. Todavía puedo deleitarme. Y en los últimos años nos daban el pan y una chocolatina ¡Fiesta!. También en la sala de juegos nos enseñaron a comer la fruta con cuchillo y tenedor, y muchas cosas por el estilo. La monja nos decía: "Tenéis que ser unas señoritas muy bien educadas, y por eso vamos a aprender a poner la mesa y a tener buenos modales en ella".

Creo recordar a una monitora que se llamaba Carmentxu. Nos daba gimnasia y algo más. Era morena, alta bueno, yo era una enana y tenía el pelo muy liso y largo...

Y qué me decís de la televisión. En mi casa no teníamos televisor. Qué lujo. Mi madre le contaba a la gente que la Residencia era de lujo, que teníamos hasta televisión y nos duchábamos todos los días. Por cierto, que aquello no quedó en una normalidad de ducha diaria: con el paso del tiempo, fui haciendo de esa normalidad una manía, llegando a ducharme 5 ó 6 veces al día. No, no pasa nada, ya que fue algo pasajero. Volví a la normalidad del aseo diario. Pero no desaprovecho la ocasión para pasarme buenos ratos en la bañera, jajaja.

También fue en aquella sala de juegos, y en aquel aparato de televisión donde vimos la llegada del hombre a la Luna. Aquel día se interrumpió el horario normal. No sé si era en directo, pero cuando estaban transmitiéndolo por el televisor, allí estábamos todas en el suelo, sentadas, con el alma en vilo y aguantando la respiración.

Igualmente fue en la sala de juegos donde, en cierta ocasión, me encontraron arrimada a un radiador, con un par de niñas dándome calor. Tenía una fiebre increíble. Me llevaron a la enfermería y allí me quedé ingresada. Esa fue la primera de las muchas pulmonías que he tenido.

LOS DOMINGOS

Después de misa, nos pegábamos todas a las cristaleras que nos separaban de la recepción, para poder ver si teníamos visita. De vez en cuando, llegaba la monja o la monitora, o incluso el conserje, y decía nuestro número y nombre, y allí salíamos corriendo a subir a nuestra camarilla para recoger nuestro abrigo. Y siempre alguna voz que decía: "¡Que no corráis por los pasillos!".

Teníamos dos conserjes. Uno me imponía mucho respeto. El otro era pelirrojo y más joven, y si tenía que preguntar algo, yo acudía a él.

Al volver de pasar el día con la visita, en la puerta había de nuevo un "registro", pero teníamos nuestros trucos para esconderlo todo. Para terminar el domingo, y antes de cenar, nos echaban una película en el cine: aquello era vida.

Las cenas de los domingos eran especiales: quien había tenido visita, un quesito, un huevo cocido y una loncha de jamón. ¿Algo más? No recuerdo.

EL COMEDOR

Según se entraba a él, a izquierda y derecha estaban los casilleros con la servilleta. Al volver de comer, alguna vez aprovechábamos para dejar los restos que no te habías comido, eso si antes no te pillaban. Y no los dejabas en tu casilla, claro está. Si teníamos suerte, y tocaba echar la servilleta a lavar, allí caían buenos trozos de pan.

A mi me gustaba el foiegras. Eso sí, en eso éramos muy poco finas: untábamos el mendrugo de pan con el foiegras, y después lo mojábamos en la leche con sabor a...

Un día que había lentejas, una de las compañeras se empeñó en no comer, alegando tener alergia. Pero nada, a comerlas. Al momento, se puso malísima, y por cada lenteja que comió le salió una mancha igual que una lenteja.

Terminé muchas veces en la cocina por no querer comer. Una monja la llamábamos Sor Cocina, sería por aquel cuento me hacía una tortilla. “Así tienes algo en el estomago”, me decía. O más bien se lo decía a ella misma, para disculparse. En fin, toda una madre.

EL PASILLO

Inmensos pasillos. Aquella preciosa escalera con un poco de curva... Los pasamanos del pasillo, siempre tan limpios... El suelo relucía. En las paredes, unos dibujos preciosos, creo que en madera. Por allí pasábamos, siempre en fila y calladitas. Bueno, calladitas...

Cerca de las escaleras, la salita donde te daban esas pastillas grandes naranjas ¿vitaminas? y alguna otra más. Luego al salir, otra monja te controlaba la boca, por si no la tragabas.

Al final del pasillo, el comedor y las escaleras de la enfermería. ¡Qué horror! Era el único sitio que me daba miedo, y el que más visitaba.

LAS AULAS

Me gustaba el olor de la clase, a goma de nata. Y aquel sacapuntas que tenía la seño, era eléctrico. Mi favorita era una metida en años, algo rubia y un poco rellenita. Yo la adoraba, pero no recuerdo cómo se llamaba.

Y el Belén en Navidad. Por cierto, también lo he visto en las fotos. Todavía sigo intentado imitar la silueta de los Reyes de la pared. Este año será más fácil: tengo foto.

LOS PASEOS

Si los domingos no tenías visita, pues nos llevaban de paseo. Primero sacaba la monitora el cuaderno, y apuntaba la paga que nos daba. Qué lujo. Al kiosco del pueblo: un tebeo, unas golosinas, una tarjeta postal... Podías comprar de todo, con tu propio dinero, tu propia decisión. Una magnífica clase práctica de economía. Los paseos se aprovechaban para recoger de todo: una piedra "preciosa" o las bolitas de los cipreses. Las canicas se perdían, y así nos apañábamos hasta la siguiente visita, cuando nos volvían a traer más tabas, más canicas, más catetos... y más golosinas.

LA CAMARILLA

En la mía "planchábamos" la cama con una percha. El armario muy ordenado, si no, castigo. Así soy yo ahora. No aguanto el desorden, mis armarios siempre perfectos. Otra manía que me traje de la Resi, otra cosa que tengo que agradecer a las monjas.

Todavía puedo oír el ruido de pasos y llaves por la noche, y la monitora abriendo y cerrando la puerta que nos separaba de los chicos. Y aquel "mirador" por el que se asomaba la monja o monitora si oía ruidos.

Durante muchos años he dormido con música, y así he dormido a mis hijos.

La Resi me ha marcado, y mucho: todo para bien. Realmente las monjas hicieron un esfuerzo increíble por cuidarme y lo consiguieron. Yo necesitaba muchos cuidados, y ellas me los dieron. Todos los años estaba a punto de no poder ir, pero al final siempre pude casi todos. Incluso un año llegué más tarde, al haberme podido recuperar.

Ahora vivo en Holanda, y estoy casada. Soy madre de tres hijas y un hijo, y orgullosa abuela de un enano de ocho años. Soy psicólogo, y durante muchos años he trabajado con alegría en esa profesión. Pero un día me cansé y decidí dejarlo, viajar y reflexionar. Al final volví al estudio, esta vez para estudiar Fotografía. Ahora soy fotógrafo, y una persona feliz.

Desde aquí aprovecho para dar las gracias a las monjas, señoritas, monitoras y todo el personal. No fue una infancia fácil la mía, pero dentro de lo que cabe sí feliz, y en mucha parte gracias a ell@s. Un beso también para mis compañeras de entonces, desde el 65 al 72. Y un gran saludo para tod@s.