Relatos: La otra cara de un sueño |
- LA OTRA CARA DE UN SUEÑO
Por Juana Langarica
San Sebastián, 3 de Noviembre de 2009.
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Iñaki Ll., con su habitual entusiasmo, me ha convencido para que escriba unas líneas sobre mis vivencias en la Resi de Villarcayo, especialmente ─ya que soy la única asistente "reconocida"─ del día de la inauguración oficial, un 16 de Agosto de 1963.
Digo que me ha convencido porque, la verdad, no me resulta cómodo recorrer de nuevo a solas aquellos momentos. Al contrario que la mayoría de los que aquí han dejado sus recuerdos, yo no tengo casi nada agradable que decir de aquel, de aquellos días. Era una niña de apenas ocho años.
Para que la memoria no me traicione más de lo habitual en estos casos, recurro a la hemeroteca en busca de las crónicas oficiales donde, al día siguiente del evento, como habréis leído la mayoría, se decían cosas como:
(El Correo Español-El Pueblo Vasco)
"Las tres banderas en sus astas ─la rojigualda, el pendón morado de Castilla, la blanca con las aspas de Borgoña de Bilbao─ decían al viento su alegría ayer, poco después de que los ángeles cantaron en el cielo el "Angelus" y el carillón de la capilla de la Residencia de Nuestra Señora de los Ángeles, en Villarcayo, repetía los "Aves" de Lourdes y Fátima con la limpia voz de sus campanas".
(La Gaceta del Norte)
"Buena fortuna les ha deparado Dios a los niños de Vizcaya mediante esta hermosa Residencia que la Caja de Ahorros Municipal ha construido para ellos en Villarcayo, y cuya inauguración oficial, celebrada ayer, fue honrada con la presencia de la excelentísima señora doña Carmen Polo de Franco.
Desde media mañana estuvieron llegando a la finca los coches de las personalidades invitadas y se dirigían hacia el edificio central, por unos caminos cuidadísimos que serpentean entre jardines floridos, praderas verdes, campos de deportes (fútbol, baloncesto, balonvolea, frontones diminutos, zonas de salto), dejando a un lado aquellas cuatro piscinas de aguas clarísimas, con playitas artificiales (dos para niños y dos para niñas) [...].
Ante el enverjado de la entrada principal se arracimaba ya también una gran muchedumbre de vecinos y veraneantes de Villarcayo que, a la una y media de la tarde, cuando llegó la esposa del Caudillo, la saludó con una ovación cariñosísima".
(El Correo Español-El Pueblo Vasco)
LOS NIÑOS LA ESPERABAN
"Los niños de la Residencia estaban impacientes por la llegada de la esposa del Caudillo, doña Carmen Polo de Franco. No estaban ciertamente en sus juegos, sino en el acontecimiento. Nosotros paseábamos por el parque en igual espera".
─¿Cuándo viene doña Carmen? ─preguntaban a cada instante─.
Al fin sonaron unas palmadas de sus instructores, y los niños y niñas formaron. De sus filas se destacaron el niño Sabino Ellauri y la niña María Teresa Fernández. Cada uno portaba un precioso ramo de flores.
Cuando la ilustre dama descendía del coche, los niños prorrumpieron en aplausos y saltos de júbilo. Costó trabajo que no rompieran las filas. Sabino y María Teresa se adelantaron, y el chico, con voz velada por la emoción, entregó las flores:
─Bien venida, señora.
La niña, fijando sus lindos ojos en el rostro de doña Carmen, entregó también sus flores.
Doña Carmen acarició a los niños con singular cariño. La abierta sonrisa que caracteriza a la ilustre dama premió a aquellos niños que, por obra de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, estaban allí, esperándola con la ilusión con que soñaron La noche anterior verla y con el recuerdo que de su visita conservarán para siempre. Por su parte, la ilustre dama, que sabe amar a los niños, ha llevado de Villarcayo una estampa imborrable de un 16 de agosto por tierras de Castilla, hasta donde llegan ya las obras asistenciales de Vizcaya".
(Hierro)
Mi versión contradice a la de los periodistas que tan poéticamente ─más les valía─ narran los hechos: si los niños no estábamos en nuestros juegos, no era porque la impaciencia de la espera lo impidiera, sino porque nos obligaron a estar allí, delante de la verja de entrada, alineadas durante un tiempo que me pareció eterno, con nuestros uniformes impecables, bajo un sol implacable del que no podíamos ni resguardarnos, ni siquiera beber un vaso de agua. De hecho, había niñas ─de los niños no sé: mi hermano también estaba allí, pero la drástica separación de géneros sólo me permitía verle junto a mis padres, los días de visita─ que se mareaban, eran retiradas rápidamente y de nuevo, las demás, alineadas en perfectísimo orden por las monitoras que vigilaban, con la tensión en la cara, que ninguna de nosotras hiciera el menor comentario o movimiento, no fuera que algún botón se desabrochara o alguna mota de polvo ensuciara nuestros zapatos recién estrenados. A distancia, veíamos pulular a jardineros arreglando las flores recién plantadas, coches de avituallamiento que entraban y desaparecían, y los otros, los oscuros, que se iban colocando por riguroso orden de entrada.
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Ese es, básicamente, mi cuento de ese día de Blancanieves, como lo denominaron los noticieros de la época. Ah! y la llegada del ansiado coche negro con Su Excelentísima dentro, tan deseada, sí, porque una vez entregadas las flores por los emocionados niños... nos liberarían de aquella tortura. Después... no sé... tal vez, la memoria ─tan juguetona ella─ me niegue la visión de un excelente menú con el que luego celebraríamos tan insigne día y presencia, pero estoy segura que de langosta y foie, como la inaugurante y sus anfitriones, nada de nada.
¿El resto de mi estancia? Os recuerdo que estamos en el año 1963, con religiosas y monitoras bajo el larguísimo brazo de la Sección Femenina de Falange que, cito:
"Basándose en los principios del nacionalsindicalismo, [...] une a todas las mujeres en servicio. Se extiende a todas las capas sociales y atiende todas las necesidades nacionales. Se ocupa de la formación de la mujer española, de la mujer religiosa, moral, amante de su casa, madre vigilante de sus hijos. Una institución admirable, que tiene por modelo a Isabel I" (Onieva y Torres, Enciclopedia Hernando, 1962).
Aquí, un inciso. Cuando conocí a las monitoras el día de la Gran Kedada del pasado 24 de Octubre en Villarcayo, las que estaban en mi mesa ─perdonadme, no recuerdo vuestros nombres, pero las caras y vuestras historias... de eso, no me olvido, eh?─ comentaron que lo fueron a partir de los años 70. Todas ellas, por tanto, tenían más o menos 13 años el día de autos y, de cualquier forma, empezaron a ejercer como tales, más o menos con 18, o sea aún adolescentes y sujetas también a una rigidez que siete años antes ─cuando, por cierto, se acuño la expresión de "España es diferente"─ os podéis imaginar... Una rigidez que se mascaba en el ambiente, y que algunos, menos tímidos, consiguieron paliar. Otros, en cambio ─¡teníamos 8 años!─ nos levantábamos, ya, vestidos de miedo: sometidos a la escrupulosa revisión de las monitoras, temerosos de cometer algún desliz ante tantísimas nuevas normas ─¿tendré mis rizos en orden?, ¿estarán bien aquellas chuches en el armario?, ¿la cama estará bien hecha?─ y nos acostábamos bebiéndonos las lágrimas mientras oíamos aquella frase: "¡Las manos por encima, fuera de de las sabanas!". Creo que por eso, desde entonces, cuando me meto en la cama, me tapo hasta las orejas, jajaja... Lo demás: el ojo vigilante desde aquellas mirillas, las carreras nocturnas eludiendo fantasmas, los colchones mojados... eso, ya lo ha contado ─más claro, agua─ Javier An. en su relato.
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Pero no. No todo fue negro. Hay un lugar donde los recuerdos pasan a ser luminosos. Me refiero al río y sus alrededores; a los rayos de sol que traspasaban el verde de las choperas y el amarillo de los juncos; aquel cielo que veía a través de los árboles cuando me tumbaba en la hierba, oculta, para que mis compañeras no me pillaran cuando jugábamos al esconderite; a los sonidos del viento; a la corriente del agua... Y, ¿qué me decís de aquellas meriendas a orillas del Nela? El pan con chocolate nunca me ha sabido tan bien. Bueno, a lo mejor lo puedo equiparar al café que me tomé al día siguiente de la Kedada, después de pasar un día precioso con todos vosotros; de dormir estupendamente en el Hotel Plati; allí, en la plaza Mayor de Villarcayo, al lado de la fuente... Un café y un croissant a la plancha de levantar el sombrero.
Con el recuerdo de ese sabor, acabo esta pequeña crónica, y sobre todo ─sobre todo─, con el de todos vosotros hace unos días, celebrando esa entrañable comida en Villarcayo.