Relatos: Aquellos tres maravillosos veranos



AQUELLOS TRES MARAVILLOSOS VERANOS


Por Mentxu Bahón

Berango, 8 de Junio de 2010.

Recuerdo con nostalgia aquellos tres maravillosos veranos, del 65 al 67, que pasé en la Residencia de Villarcayo. Entonces dábamos mucha importancia a las pequeñas cosas que nos rodeaban, y muchísimo más a las extraordinarias, que por carecer de caprichos, a poco que nos diesen lo saboreábamos bien, y lentamente...

En mi casa éramos seis hermanos, y mi padre trabajaba toda la semana, incluyendo sábados y domingos. Por eso, para poder dar unas vacaciones a los hijos, nos ofrecían ir de colonias en verano. Mis hermanas fueron un año cada una, y los chicos, que eran los pequeños, no tuvieron esa suerte. Sin embargo, a mí me tocaron cinco veces seguidas (dos en Laguardia, con siete y ocho años, y tres en Villarcayo, con diez, once y doce años) ya que quise repetir.

El viaje en autobús era una verdadera aventura. Pensaba que con diez años (los veranos anteriores me había llevado en coche a Laguardia un cura muy amigo de mi padre), irme sola a un mundo que no conocía sería una experiencia buena, y así resultó: inolvidable. Al ser tan independiente como era, a esa edad no me costaba nada conocer nuevas formas de vivir, y me hacía gran ilusión, aunque ello supusiera separarme de mis padres y hermanos, a los que quería profundamente.

Recuerdo el viaje hasta Villarcayo como una verdadera aventura. Como anécdota, en 1966 me pasé parte del trayecto pensando cómo iba a poder pasar la “Aduana Residencial”. La madre de una compañera de escuela de mi barrio, la dejó en el autobús y se fue, volviendo al poco con un kilo de caramelos, para que su hija los pudiera saborear en la Resi. Pero su autobús ya había partido. Al verme a mí, me encargó que se los llevase. Aquel paquetón de caramelos era muy indiscreto, pero había que defenderlo. Para ello, lo metí en mi bolsa, debajo de toda la ropa; y arriba del todo puse mis humildes chucherías (un regaliz y un par de chicles), que sacrifiqué con tal de cumplir mi cometido. Sabía que, al entrar en la Residencia, nos registraban y requisaban las golosinas para poderlas repartir más tarde entre todos. Pero conseguí dar a la niña los caramelos, porque sólo me quitaron lo mío: para mí fue un orgullo.

Cuando llegué a Villarcayo el primer año (1965), protagonicé una película sobre la Residencia, titulada “Vivir un sueño“, junto con otros chicos y chicas. Fueron momentos muy especiales... Tanto, que reconozco que ello me hizo vivir, realmente, un verdadero sueño.

Entre los otros niños compañeros de reparto, admiraba mucho a Mª Jesús, porque tocaba el acordeón muy bien, y me llevaba con ella fenomenal. También eran muy majos Paco y José Antonio, el otro protagonista principal.

El día que me seleccionaron, tuve un susto terrible, ya que la noche anterior había fingido estar enferma para poder librarme de tomar un puré que teníamos para cenar. A la hora de comer llegaron unos cuantos señores con la monitora, y se pusieron enfrente de mi mesa. Uno de ellos me señaló, y dijo: “Esta“. Tuve que salir al pasillo a esperar un rato... Creía que me habían cazado con la mentira, y me iban a castigar. Pero, aún así, me compensaba por haberme librado del aquel asqueroso puré. Cuál no sería mi sorpresa, cuando me dicen que es para rodar una película. Respiré profundamente, y sonreí, guardando para siempre el secreto del puré.

A partir de ese momento, pasé muchos días fuera de la Residencia, ya que nos llevaron a rodar a Bermeo, Pedernales (la colonia de la Caja), Bilbao y algún que otro lugar, trasladándonos finalmente a la Residencia de Villarcayo. Allí se filmaron numerosas escenas, pero muchas de ellas no salieron después en el cortometraje.

Cuando terminó la película, me regalaron la muñeca más bonita que he tenido en mi vida. “Petrita”, que así la llamé, era una gran muñeca de goma dura. Entonces sólo teníamos unos muñecos enormes y cabezones, de plástico, bastante feos por cierto. Pero ésta tenía el cuerpo proporcionado, e iba vestida con una falda plisada escocesa, una camisa y, sobre ella, una chaqueta sin mangas a juego de la falda. Se la dejaba a mis hermanas cuando se portaban bien, pues para mí era como un regalo de Dios.

Aunque teníamos mucha disciplina, diferente a la de las Colonias de ahora, no me disgustaba, ya que era lo que conocía. Y es que en esos tiempos tampoco cuestionabas la conducta de los mayores. Lo que ellos decían se acataba, nos pareciese bien o mal, lo cual no nos creaba ningún tipo de trauma o disputa.

A mí me pusieron el primer año de jefa de camarillas, que consistía en cuidar la nuestra y la siguiente. Gracias a la película, las monitoras me trataban genial. A las niñas que les descubrían jugando a tabas o a catetos a la hora de la siesta, se los quitaban para luego rifarlos y dárselos a alguien. Ese “alguien” era muchas veces yo, puesto que me hacían regalos por ser una niña muy disciplinada y obediente, y que cuidaba muy bien las camarillas. Como era bastante “justiciera”, cuando sabía que a “fulanita” le habían quitado algo muy preciado para ella, y sabiendo que me iban a regalar alguna cosa, les pedía ese regalo a las monitoras (por ejemplo, “quiero unas tabas de plástico de colores”) y después, sin que éstas lo supiesen, se lo devolvía a su dueña. Por eso, me hice respetar mucho por mis compañeras, y mis camarillas eran de las más tranquilas. Bueno, sólo “aparentemente”, ya que siempre me ha gustado hacer travesuras “a la chita callando”.

Recuerdo lo feliz que era en los campos de juego. A mí siempre me ha gustado mucho el deporte (jugaba al baloncesto, entre otros), y hacer cabriolas, y dar volteretas... Y cada vez que iba a la piscina, para mí era una fiesta.

Me acuerdo que a la tarde, antes de ir a la capilla a despedir el día, nos sacaban a los campos de juego, y allí contábamos anécdotas, cantábamos, contábamos chistes, etc., al sonido y vuelo de las golondrinas (siempre me he acordado de la Resi cuando las veo y oigo). Aquello era reconfortante, sentirme rodeada de montones de chavales y chavalas compartiendo las mismas ilusiones: vivir nuevas experiencias, ir de excursión, ir al río a pescar cangrejos, recibir cartas de nuestros seres queridos, oír cuentos a la hora de la siesta, ir al cine los domingos por la tarde, etc.

Me seleccionaron para cantar en el coro y teníamos que ensayar, lo cual me apetecía mucho porque siempre he sido muy “cantarina”, y llegué a cogerle mucho cariño a la madre superiora, que era la que llevaba el coro. Creo recordar que se llamaba Sor Milagros.

No me acuerdo demasiado de las monitoras (han pasado cuarenta y tres años), aunque sí de algunas y de sus nombres, y de que conmigo eran muy cariñosas: Mª Carmen (la de las chicas mayores), Teresa (de las medianas), Amalia, Marisa, Gloria, la señorita Menchu (una madrileña que nos cuidaba en todas las horas de descanso, y nos enseñaba canciones, chistes, etc.). A esta última le teníamos mucho cariño, a pesar de que, con su voz gruesa, nos decía “niña... vés a la papelera”, cuando nos pillaba masticando chicle. Nosotras hacíamos chufla con la frase, y la convertíamos en “Besa la papelera”, haciendo el amago. A ésta señorita le gustaba “enfrentarnos” con los chicos por medio de canciones, y en el fondo nos encantaba, ya que estábamos en plena pre-adolescencia y era una sutil forma de ligar. Las canciones las rimábamos con textos inventados, recibiendo otra canción por respuesta por parte de los chicos. Por ejemplo, cuando cortaban el pelo a los chicos, les cantábamos:

“A los chicarros les han cortado el pelo:
parecen bolas de billar...”

En 1967, la última vez que fui a la Residencia, pude ver el día antes de regresar a casa la película “Vivir un sueño” (ya había visto antes las pruebas), lo cual me emocionó muchísimo. No me lo podía creer. Me han quedado muchos recuerdos de mi paso por allí, los cuales me han acompañado durante toda la vida, incluso en sueños.

Hacia el año 66 ó 67 proyectaron ese cortometraje en el cine Gayarre de Bilbao, y mis padres fueron a verlo. Una compañera de clase, de mi barrio, estuvo pregonando que salía ella en esta película, subiendo las escaleras de Mallona, en plan extra, con un globo. Yo no le había dicho nada sobre que era una de las protagonistas, por lo que al día siguiente de verla, me echó la bronca por haberle ocultado este dato.

Fue una época preciosa de mi vida, que siempre he recordado, aunque ahora suene a batallitas de la abuela: ya soy amama...