Relatos: Aquellos tres maravillosos veranos



YO TAMBIEN ESTUVE EN VILLARCAYO


Por Mª Jesús Meaza

Ugao-Miravalles, 10 de Noviembre de 2010.

Era el año 1965 y estuve los meses de octubre a diciembre. Tenía once años –cumplí los doce en la Residencia– y, a pesar de estar sólo dos meses y medio, tengo muchos y buenos recuerdos.

Antes de ir, pasamos por una revisión médica, donde nos medían y pesaban, y tomaban todos los datos sobre nuestra salud.

Llegamos en autobús desde Bilbao. Del viaje no recuerdo nada. Tan sólo que, nada más llegar, nos separaron a los niños de las niñas y nos llevaron a la sala de juegos. Allí nos iban nombrando. Cuando llegó mi turno, dieron vuelta a mi bolsa. En ella llevaba caramelos, aceitunas –unas que venían en bolsitas de plastico–, galletitas... Lo primero que me dijeron nada más ver todo aquello fue:

–¡Pero niña! Qué pensaba tu madre, ¿que no te ibamos a dar de comer?

–Bueno, ya empezamos mal –pensé yo–.

Pero al final no fue para tanto.

Nos llevaron a las habitaciones, y allí fueron diciéndonos a cada una cuál era nuestra cama y nuestro armario. A mí me tocó la que estaba junto al armario.

Nuestra camarilla era la tercera, empezando por la puerta que comunicaba con la zona de los niños. Esta solía estar cerrada con llave, y sólo se abría por las noches, cuando venía la cuidadora de guardia con una linterna para ver si todas estábamos dormidas.

Uno de los primeros días, al poco de llegar, nos dijeron que echásemos las fundillas en el suelo del pasillo, para llevarlas a lavar. A nosotras nos pareció un poco raro ¿Las fundillas? Qué raro... Y de las sábanas no decían nada. Pues allá que vamos a quitar las fundas de las almohadas, y a tirarlas en el pasillo. Cuando, de repente, unos gritos...

–¡Pero niñas, qué haceis!

Nos enteramos que las “fundillas” eran las bragas. Qué risas.

El desayuno era lo mejor que había, con el foiegrás, la matequilla, la mermelada… En mi mesa había una niña a la que le daba asco el foiegrás. Creo que se llamaba Juanita, y era de Mungia –aunque esto de los nombres no lo tengo muy claro–. Y me pedía a mí que, por favor, se lo comiese, pues no podíamos dejarlo en el plato. A mí, como sí me gustaba, comía lo mío y lo de ella. Juanita era una niña muy buena, y buena comedora, ya que le gustaba casi todo. Un dia le hicimos a la pobre una faena. Cada día, en la mesa empezábamos a servirnos una. Ese día le tocaba a ella y nos trajeron huevos fritos con tomate. Había un huevo que tenía mala pinta y, ¿qué hicimos? Pues lo tapamos con tomate, y se lo pusimos a su lado, sin que ella lo viese. Así que empieza a servirse, y como estaba a su lado, le tocaba a ella cogerlo. Pobre... Y nosotras, tan contentas de que no nos tocara el dichoso huevo.

No recuerdo bien si las mesas eran de cuatro, o de seis niñas. La nuestra era la tercera, empezando por el pasillo. Luego teníamos el pasillo por donde pasaba el carro en el que traían la comida. Después había otra fila de mesas en la que estaban las chicas más mayores y, más allá, las de los chicos.

Lo peor era el puré de verduras de la noche. Nos tapábamos la nariz con una mano, y con la otra agarrábamos la cuchara para comerlo sin respirar. Bueno, para cuando nos íbamos a ir a casa, ya nos empezaba a gustar.

Y los caramelos que nos quitaron al llegar, más tarde nos los daban como premio a las camas mejor hechas.

De la única persona que guardo mal recuerdo es de Sor ¿María Angeles? No recuerdo bien el nombre, pero sí que no me tragaba. Recuerdo que un día no me encontraba bien y se lo dije. Me decía que no tenía nada. Al final fue una profesora la que me envió a la enfermería, y según el médico tenía unas anginas de caballo. Pero hasta allí también tuvo que ir la dichosa monja, y quería que comiese una chuleta. Y al decirle que no podía comer, me obligó y tuve que intentar comermela. Y al no poder, otra bronca. Era 4 de noviembre. Lo recuerdo porque es el cumpleaños de mi hermano. Ese día estaba en la enfermería y al asomarme a la ventana vi que había nevado. Estaba todo blanco pero no podía salir a la calle. Tras unos días más en la enfermería, me puse buena y me enviaron al comedor… Y allí estaba otra vez la monja que no me dejó que fuese a mi mesa con mis compañeras: ese día me dejó sola, en una mesa.

Lo de devolver al carro los platos llenos de comida, menos el de arriba para que no lo viesen, por los comentarios que he leido lo hemos hecho todas.

En cuanto a las visitas, creo que tuve suerte. Todos los domingos venía mi madre y nos íbamos a comer junto con otras niñas a un restaurante, donde comíamos una paella riquísima. Cuando volvíamos a la residencia esa noche, sólo nos daban para cenar –yo también lo recuerdo– un huevo duro, un quesito, jamon, y creo que un plátano.

Al regresar a la Residencia no nos dejaban que llevasemos ni caramelos ni nada para comer. Pero nosotras, como era invierno teníamos los comandos –abrigos con gorro–, y dentro del gorro escondido metíamos un bollo de mantequilla, una chocolatina o lo que pudieramos. Cuando pásabamos por delante de recepción, ni se enteraban.

Yo me llevaba bien con todas las profesoras, que creo me tenían mucho cariño o al menos así lo sentía. Bueno, con todas menos con aquella monja.

La profesora de mi grupo –no recuerdo bien si Maite, Menchu o cómo se llamaba– hasta me cortaba el pelo –siempre lo he llevado cortito–. Y por eso llegaba tarde a clase de gimnasia que teníamos en la sala de juegos. Pero, al preguntarme la profesora que dónde había estado y contestarle que cortándome el pelo, nunca me castigaban.

Por las noches –no todas, eh– esperábamos a que se apagase la luz de la ventanita que comunicaba con nuestras camarillas, y que era de la habitación donde dormía la cuidadora de guardia, que era la que tenía que velar por nuestro sueño. No era siempre la misma, ya que se solían turnar. Y cuando se apagaba, empezamos a correr de camarilla en camarilla. Hasta que, claro, un día nos pillaron y castigadas. El castigo era que no íbamos a hacer una representacion del Belén que estábamos ensayando. Luego, al final, la hicimos. Pero pasamos dos semanas preguntándole todos los días a la profesora si nos había levantado el castigo.

Al poco de llegar ocurrió un caso que nos dejó a todas con el miedo de que nos iban a enviar a casa. Estaban dos niñas jugando –o se estaban pegando—y una de ellas se escapó, sentándose al rato junto a los ventanales. La otra que le ve, agarra el zapato y va corriendo a darle a la que estaba sentada. Pero ésta, que veía a la otra con el zapato en la mano, se retiró y “plaff”: el zapato pegó al cristal, y éste se rajó todo. Al día siguiente, ya no volvimos a ver a la niña del zapato: la enviaron a casa.

Me acuerdo de los paseos a la chopera, de las hojas secas por el suelo, de los paseos al pueblo…También recuerdo que había una mujer que paseaba por la calle, muy grande y un poco rara. Decían que era hemafrodita. ¡Si no sabíamos ni lo que eso significaba! Cosas de críos...

También recuerdo al cura, que era muy joven y muy guapo. Pero tampoco me acuerdo de su nombre.

Los domingos por la mañana, en la sala de juegos, mirábamos por la cristalera si veíamos a alguno de casa. Eso significaba que saldríamos.

Igualmente, recuerdo el reparto de las cartas sentadas en corro en el suelo de la sala de juegos.

El día de mi cumpleaños recibí cuatro o cinco postales –bueno, en realidad creo que llegaron al día siguiente–, pues me escribieron mis tios y primos. Y ahí estaba otra vez la monja:

–Pero bueno, tú quién eres niña para recibir tanta postal.

Le daba rabia: no me soportaba. Si yo era una niña buena –o, al menos, eso creo–...

Estaba muy bien la música para despertar por las mañanas y a la hora de la siesta –donde no nos dejaban dormir, sólo descansar–.

La verdad es que es una etapa de mi vida de la que conservo buenos recuerdos, y de la que que siempre me he acordado. Nunca he sabido cómo comunicar todo esto, hasta que ví el reportaje de “Euskadi Directo” en ETB-2 y puse una nota, a la que Iñaki me contesto informándome sobre vuestra página web. Y aunque no he visto a nadie de mi época, me ha hecho mucha ilusión volver a ver todas esas fotos y recordar de nuevo todo.

Lamento mucho no disponer de fotografías, pues las perdí todas en las inundaciones de 1983.

Gracias por vuestro tiempo, y un saludo.