Relatos: Tres años en Albelda |
- TRES AÑOS EN ALBELDA
Bilbao, 21 de Febrero de 2011.
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Hola me llamo Inmaculada y estuve en en la Residencia de Albelda del 77 al 80, año en que la cerraron. Quisiera contar mi vivencia de aquella época...
Recuerdo levantarnos con un timbre, y después de deshacer la cama y doblar las mantas y sábanas, poníamos encima la almohada. Tocaba la ducha... ¿cómo estaría esta vez? ¿Hirviendo, fría, o helada? Y tendríamos que engañar a la monitora, que nos metía la mano entre la toalla por la espalda, o nos toca la nuca, para notar si estábamos mojadas. ¿Os acordáis? Cuántas veces me he mojado sólo la espalda para pasar por esa prueba...
Después bajábamos al comedor a desayunar, todos en fila de a uno. La que estaba malita tenía que ir a la mesa de la medicación —todo se arreglaba con jarabe, aspirina, tres inyecciones y supositorios—, así que poca gente se quejaba y aplicábamos remedios caseros como empapar un pañuelo en alcohol para el dolor de garganta, algo que no pasaba inadvertido para la hermana enfermera —Sor Victoria— que te llamaba por megafonía esa misma tarde. Después de bendecir la mesa, nos ponían en el desayuno porciones de foiegras o mantequilla con pan o galletas.
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De nuevo a las habitaciones a hacer las camas. Si tenías suerte, a alguna de tus compañeras le habían caído dos ó tres camarillas y te librabas de hacer la cama. Luego, cuidadín, igual tenían la petaca hecha, y no podías meterte en ella: te tocaba dormir con la cama desecha. También nos castigaban haciendo filas, a no salir de la sala, o a escribir cien veces alguna frase —que poníamos en cuadraditos de diez para que se contaran mejor—.
Recuerdo las clases y las permanencias. O cómo te librabas de muchas cosas si estabas entre uno de los elegidos para el coro, que era un chollo, porque así salías de los primeros de misa los domingos, y podías coger el único futbolín por sala y jugar dos partidas seguidas. A la hora de comer nos poníamos frente al cristal del comedor para ver venir a los chicos en filas, siempre en filas de a uno, y decidir si eran guapos o feos.
La siesta, con el reparto de ropa después, cuando decían tu número, que estaba cosido en cada una de tus prendas. Era una suerte que te mandasen al dormitorio de los chicos a llevar alguna prenda que se había colado de la selección. Y cómo reaccionaban ellos... nada que ver a cómo lo hacíamos las chicas si el que entraba a nuestro dormitorio era uno de ellos...
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Volviendo al tema, lo que más recuerdo de la comida son las croquetas. Ese era día de fiesta para mí, y siempre repetía. Con la mano levantada con un dedo se pedía agua... con dos pan... y con la mano entera, repetir —creo que era así—. Los bocadillos de la merienda... nocilla, chocolate —que siempre había fila para repetir—, chorizo, salchichón, membrillo —que no quería nadie—...
Cuando llegaba la noche —que pocas veces era—, ¿a qué hora nos acostaban? ¿Ocho...? ¿Nueve...? A mí siempre me parecía demasiado pronto, sobre todo en primavera. Después de poner la colcha doblada hacia atrás y lavarnos los dientes, a la cama y a rezar. Después venían los cuentos, que siempre eran los mismos. Y qué risa cuando se rayaban y estaban un rato hasta que se solucionaba...
Cuando terminaba el cuento, se empezaban a oír las mesitas de noche, que tú intentabas abrir con máximo cuidado y que, a veces, se cerraban de golpe... o siempre tenías que coger algo del armario... Y después de mirar por encima de la camarilla y por debajo los pies, te aventurabas, —a mí ya me pillaron unas cuantas veces— esperando a que la monitoria cerrase la puerta de su habitación. Y no te dabas cuenta de que ella se quedaba fuera. La comunicación que teníamos en el dormitorio, con los ataques de tos o las ganas de orinar que te entraban siempre después de que terminase el cuento. Qué días... Qué felicidad...
Fue una suerte pasar por allí... y un placer recordarlo.