Relatos: Travesuras en Albelda |
- TRAVESURAS EN ALBELDA
Por Raúl Villaluenga
Gorliz, 25 de Febrero de 2011.
![]()
La verdad, recuerdo tantas anécdotas, que no sé por dónde empezar. El problema es que por haber pasado por todas las Resis tengo un poco de dudas a la hora de separar los distintos recuerdos. Pero espero acertar.
Comenzaré diciendo que era el curso 1977-78. Yo hacía 6º de E.G.B, siendo éste el último año que podría pasar en alguno de esos maravillosos lugares —ya tenía 13 años—, que para mí fueron como una segunda casa.
Como sucedía al llegar, el clásico protocolo de enseñarnos todo, las presentaciones y las reglas establecidas para una buena y agradable convivencia.
Saltándonos los detalles del primer día, como levantarse, ducharse, rezar, desayunar, cosas típicas que todos ya conocemos, vayamos al grano.
Mi paso por Albelda fue algo normal y penoso a la vez. Algo normal, porque venía de otras residencias como Pedernales, Briñas y Villarcayo. En ésta de Albelda, por cierto, sería el último año que pude gozar de la hospitalidad y el cariño con los que nos brindaban al llegar.
![]()
"Queridos padres y hermanos: os escribo desde este lugar para deciros lo bonito que es todo esto, y cómo deseo que vengáis pronto a verme, ya que os hecho de menos...". Así empezaríamos a escribir a nuestros familiares, dando cabida a ilusiones y, cómo no, sueños inciertos.
Podría estar escribiendo horas y horas de Albelda, pero me ceñiré a las cosas más destacadas e importantes desde mi punto de vista.
Como decía, estaba en 6º, y a la hora de estudiar, quizás no era muy aplicado, ya que me solía entretener con cualquier cosa, sacando aprobados raspados. Lo que más me gustaba era las artes plásticas —cuyas clases, si mal no recuerdo, impartía una monja—, en las que, como en Villarcayo, solíamos hacer manualidades. Con pinzas de madera de colgar la ropa construíamos mecedoras, mesas, crucifijos, pequeños tapetes para poner luego a las respectivas mesas, y cojines de goma-espuma de color rojo para colocarlos en las mecedoras —recuerdo todavía como se hacían—. Con palillos, componíamos unos maravillosos jarrones, a los que añadíamos unas flores hechas con alambre y cerillas de cera. También pintábamos diversas figuras con ceras —a destacar las de aldeanos vascos—, para después colgar en la pared. O la gran pipa, en forma de cenicero, a las que luego aplicábamos de betún de Judea... y qué bonitas quedaban.
![]()
Recuerdo a Sor Pilar, que nos daba clase de música. Hice comprar a mi madre una flauta, de color crema, y nos enseñó a tocar el villancico "Noche de Paz". Hoy en día aún sabría tocarlo perfectamente.
También recuerdo a Don Manuel, que nos daba dibujo. En sus clases hacíamos unos dibujos que copiábamos de unas láminas de Emilio Freixas. ¿Os acordáis? Solían ser de retratos, pero existían otros, como parejas vestidas de trajes regionales. Yo, modestia aparte, dibujaba bastante bien. Vamos, que solía hacerlo igual que en la lámina, aunque las caras me costaba un poco. Es más, todavía guardo uno sin cara. Un día, Don Manuel me llamó para hablar en privado. Me comentó que dibujaba muy bien, y que, como había en Logroño un concurso de dibujo escolar, quería contar conmigo para representar a la Resi de Albelda. Después de una rápida meditación, acepté el reto, pero le comenté que quería tener tiempo, ya que solía tardar bastante en realizar el dibujo.
Así que me puse manos a la obra, haciéndolo por las tardes en un rincón de la sala de juegos donde nadie me molestaría. Para mí era un chollo, ya que cuando estábamos castigados en formación, me salvaba porque tenía que hacer el dibujo. Me acuerdo que se trataba de un paisaje de un río atravesando unas laderas, y debía realizarlo sobre una gran cartulina blanca. Lo malo era la presión, ya que un día sí y otro también, venían para ver cómo iba. Tenía tanta presión por la cercanía del día de entrega que, cuando ya me faltaba poco para acabarlo, terminé por romperlo, quedando la Resi sin representación. Como resultado, estuve castigado varios días, y llamada a mis padres.
![]()
Recuerdo también a los jardineros, que solían venir en un tractor con remolque. Un día, cuando estaban cortando la hierba, cerca de los campos de fútbol, estaba con un compañero y nos comentaron de unos cachorritos que tenían donde solían llevar la hierva cortada. Así que les dijimos si podíamos ir con ellos para verlos, y nos escondimos en el remolque bajo la hierba. De vuelta a la Resi, no había nadie en el patio. "¿Dónde estarán todos?", nos preguntamos. La sorpresa fue que estaban castigados en fila en el patio interior, y faltábamos nosotros. Terminaba el castigo para ellos y empezaba el nuestro.
Los castigos eran duros. No se trataba de que te pegaran —bueno, algún capón sí—, sino que te ponían en posición de formación con los brazos estirados, y no veas cómo te dolían. O, a veces, te ponían a copiar 500 ó 1.000 veces "no volveré a escaparme" o "me portaré bien en los dormitorios". Las monitoras de mi tiempo eran Mª Angeles, Carlota y creo que también Maribel.
Yo me solía apuntar a todo —que era una forma de escaquearse de muchas cosas—, como encargado de ir a la lavandería, para después en el dormitorio, todos sentados en el suelo, hacer el reparto de la ropa. Parecía una sala de bingo con tanto número —por cierto, creo recordar que yo era el 192—. De la ropa, como era toda igual, sólo tenía que leer el número de cada prenda. Y vaya risas que nos echábamos al tirar los calcetines a su correspondiente dueño.
![]()
Había variadas formas de entretenernos. En el patio exterior, con los juegos tradicionales de la época, como el pañuelito, al escondite, chorro-morro, canicas, chapas... sin olvidar los columpios, las paralelas, los toboganes, el castillo, el fútbol, el baloncesto y el fútbol-béisbol, entre otros. En el patio interior, la televisión, el parchís, el futbolín, el ping-pong, los catetos –varios—... Había también una parte habilitada como biblioteca, donde teníamos tebeos de toda clase.
Yo estaba en el grupo de mayores, y algún que otro fin de semana, los Viernes o Sábados, teníamos una monitora muy maja —creo que era Maribel—, que nos bajaba por la noche a un reducido grupo, para ver la serie "Los hombres de Harrelson".
Y las colecciones de cromos... Cómo olvidar las peleas que teníamos por completar los álbumes, que eran variopintos: de fútbol, de famosos, de guerra, etc... Yo le encargaba que me los comprase a una chica de la cocina, muy simpática, guapa y amable, de unos veintitantos años, con la que hice amistad al ir a recoger la merienda.
![]()
Y los catetos... Quién no ha jugado a las familias, Peter Pan, Mikel... y otros de coches y motos. La forma de jugar era, repartir a partes iguales y pedíamos por velocidad, potencia, cilindrada... El que más tenía, ganaba. Por cierto, que todos esos catetos y cromos aún guardo en casa.
Una monja con hábito blanco, nos enseñaba botánica y cómo plantar y cuidar el jardín. Sor Pilar era la encargada del coro —en el que también estaba metido— que cantaba los domingos en misa. Un día, Sor Pilar nos comentó que tenía un familiar en París que en breve se iba a casar, y que estaba intentando cerrar un trato con la dirección para podernos llevar al coro a cantar en dicha boda. Sería, nada más y nada menos, que en la Catedral de Notre Dame. Pero al final no pudo ser. Otra anécdota del coro, es que vino a Logroño una representación del grupo internacional "Viva la Gente". Con ellos fuimos a cantar a un psiquiátrico cercano. ¿Recordáis aquello de "...al lechero, al cartero, al policía saludé..."?
Los balones colgados en las marquesinas que dan a los dormitorios, y algún que otro cristal roto... En fin, son tantas y tantas cosas vividas, que uno pierde la noción del tiempo a la hora de escribir. Ahora necesito ordenar mis recuerdos para seguir exprimiendo la memoria e intentar no mezclar las historias que viví en otras residencias.
Recordar lo importante que es vivir de los recuerdos.