Relatos: Media infancia en La Rioja |
- MEDIA INFANCIA EN LA RIOJA
Bilbao, 7 de Mayo de 2011.
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De mi primer encuentro con la Residencia de Albelda, recuerdo aquel viaje en tren, con mi abuelo y mi madre, aprendiendo a jugar al tute... callas. Corría el año 1973, y yo tendría unos seis años. Tengo que decir de mi abuelo Crescencio, “el Cevico”, que le gustaba hacerme reír con aquello de que ”mi abuelo tenía un gato con las orejas de trapo y el hocico de papel, ¿quieres que te lo cuente otra vez?”. Contestaras lo que contestases, él te informaba de “¡qué no me digas ni que sí ni que no, que mi abuelo...”. Y te lo volvía a repetir hasta hacerte reír. Mi problema era que me entraba la risa y me ahogaba con el asma, y las pasaba canutas. Al final me dormía y sobrevivía.
Al llegar a la Residencia, despioje general con aquella loción antipiojos perfumada. Mis números de internado fueron el 39, 59, 195, 72, 72, y otra vez el 72. El dormitorio que ocupé fue el de abajo en distintos sitios, e íbamos avanzando hacia adelante con el tiempo, a media que nos hacíamos mayores. Aquí tengo el recuerdo de que, antes de levantarnos, oía que venía una furgoneta Dyane 6 (2cv) a dejar el pan en la cocina. Yo pensaba que era mi cuñado Juan Alberto, que trabajaba en Bilbao en Café La Fortaleza, y venía a recogerme para llevarme a casa. Pero una vez que descargaba, se marchaba sin mí. Todos los días la misma canción...
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Luego se empezaban a subir las persianas y la misma rutina. Me acuerdo de jugar con las tiras que les sobraban a los operarios que pusieron el suelo de Sintasol, y luego recortaban el sobrante de las juntas. Eran de colores rojos, verdes… y hacíamos pulseras en cuadrado, redondo y, los más mañosos, mezclaban los nudos. Guardo especial cariño al profesor Amadeo Lázaro, de 5º de E.G.B.; era como un padre. Recuerdo un día en el cuarto de baño de las aulas, en que mientras comía un caramelo relleno de ciruela, orinaba color blanco. Me asusté, aunque no me dolía. La hermana enfermera me daría algo para curarme, y para dormir los tubos de leche condensada: ¡qué vicio!
Tuve unos patines con ruedas y freno que se guardaban en el mueble donde estaba apoyada la televisión en blanco y negro. Allí se ponían también los belenes de Navidad, con todas aquellas montañas de musgo. Me acuerdo de las botas de fútbol que me regalo Goyo —creo que se llamaba, y era de Navarra, el sobrino del director Don Angel—, con los tacos de aluminio y sus accesorios. Aquel chaval, además, nos defendía de las injusticias de los mayores; era nuestro ídolo, por lo menos para mí.
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Cada 15 días venían a verme mis padres, en autobús o en coche, con los padres de Jorge. Eran compañeros de trabajo de Iberduero. Recuerdo también la visita que me hizo un general del Ejército el día de mi 1ª Comunión, con un regalo consistente en un estuche con una pluma y un bolígrafo Inoxcrom. A este hombre le conocimos de tanto coincidir en el Restaurante que solíamos frecuentar durante las visitas dominicales, y debió estar en la época de la guerra civil por los pueblos de mis padres. Y, bueno, le debí caer en gracia o resultar gracioso, y un día nos invito a su super-casa, con capilla y demás.
En el pueblo de Alberite vivía Araceli, una mujer que le había vendido la casa a mi abuelo materno. La fuimos a visitar en su cumpleaños. Me vienen a la mente los champiñones que vendían en los subterráneos de Logroño, los bidones de cebolletas y pepinillos en Albelda, el alterne de los bares, ver “La casa de la pradera” en el Café de siempre, antes de regresar de nuevo a la Resi. Pasé por allí hace un tiempo, y todavía estaba el mismo camarero ya algo más encorvado. Alguna vez, cuando llegábamos a la Resi permitían que enseñáramos las instalaciones a los familiares, y parecía otra cosa. Luego venía el cine, con las bolsas de golosinas. Aquí estaban, por ejemplo, los caramelos Pez con los muñecos de Walt Disney que dosificaban las unidades... Luego a la enfermería, jeje.
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¡Cuantas películas veríamos…! Recuerdo mucho la de un niño que aparecía perdido en el desierto y pasaba las de Caín. Era una de las que repitieron muchas veces, como las de Bud Spencer y Terence Hill. Luego están los cuentos —algunos son los mismos que se pueden escuchar en la Web de Villarcayo, sección El interfono—. Cuántas veces habremos tatarareado “la botella de ron”, y temer un corte de pelo como Sansón...
En cierta ocasión, tuve que conseguir bolas de futbolín que estuvieran bastante picadas para poder arrastrarlas mejor. Se las pedí a un conocido de mi padre —Arturo, en San Francisco— para llevar al futbolín de la Resi. Los viajes en autobús eran una algarabía total: cantando, enseñando las pequeñas ikurriñas, etc...
Los escondites y cabañas que hacíamos en los setos, siempre verdes y tupidos y de buen olor, al lado de la casa de José Luis. Recuerdo una vez, que en el campo pequeño de fútbol estábamos jugando un partidillo. En un momento dado, un adversario tiro un balonazo hacia nuestra portería, y nos quedamos mirándonos hasta que me dio por correr y llegar antes que el balón a la portería. Para mí, que padecía asma, fue una proeza: el clima de la Rioja iba haciendo efecto en mis pulmones.
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Mi madre me solía meter una caja de bombones en la bolsa de viaje cada vez que iba a la Resi, con la condición que los comiera a la vuelta, a fin de animarme a ir. Me viene a la mente estar rebuscando en el cuarto donde estaban las bolsas, porque nos veníamos para Bilbao antes de la cuenta, y allí nos los comeríamos.
Había canicas de distintos tamaños, las formas y colores eran alucinantes, y hacían un peculiar ruido al moverlas, al hacer diana y al meter a “guás”... Lo teníamos todo minado: parecíamos topos.
La gimnasia también ocupaba buenos momentos, y me gustaba: salto de potro y plinto, y caídas sobre las colchonetas en el vestuario de abajo. Alguien nos enseño que, girando y moviendo las placas, se podía acceder al patio de visitas. Así que ya teníamos distracción.
Los alrededores de la Residencia eran un vergel de fruta: almendrucos, melocotones, nueces… Solíamos hacer incursiones hasta un árbol muy viejo y muy gordo que estaba detrás de los vestuarios.
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Solíamos fabricar armas con las pizarras de la cubierta, y otros artilugios con el plomo después de aplastarlo. También jugábamos con el Palitroque, y el juego de Don Dólar, que era como un juego de juegos ya que depende quien lo dirigiera, elegía una alternativa: no tenía fin.
Alguna vez recibí algún paquete de mi hermana mayor, Guadalupe, con un bañador para la piscina que no sé si la llegamos a probar alguna vez. Seguro que pocas, pues justo se preparaban para las colonias de Verano.
La publicidad de los tebeos para ponerse cachas, los escapularios de los frailes… Cuando comíamos cordero, guardábamos las tabas para jugar con ellas y sus cuatro lados. Las colecciones de cromos, el ping-pong rotativo cuando eramos muchos, los columpios, los elevadores el arco para colgarse o andar sobre ellos, las damas, el ajedrez —el que sabía—...
Como anécdota voy a contar que, al incorporarme al colegio en Bilbao en la 3ª Evaluación de 6º de E.G.B., me tuve que hacer el “enfermo”: no tenía ni idea de lo que me preguntaban en el examen, al haberme incorporado más tarde. Me salió bien la jugada, ya que aprobé posteriormente el examen y el curso.
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Me acuerdo de Juan Manuel Bandeiras, “Pitxurri”, que mientras dibujaba a Vicky el Vikingo le copiaba los ejercicios míos a él. Sería en 4º de E.G.B. con Ángeles. Anteriormente, con Miguel en 3º curso, pues el ”Pine, pine. poea, ote, pine otearofa, pine pine, poea, con animi set”, los sellos y el aparato musical que tocaba con la boca. En 2º, con Amparo, nos nombraba a uno pastor para dirigir al resto del rebaño. En cierta ocasión me tocó. También recuerdo a Ricardo Navas, Antonio Alfonso, José Luis Juarros, Arriola... y a Rosa Mª Cano.
La flauta de la hermana Pilar, y el camino que lleva a Belén, y el himno de la alegría, me salen todavía.
Empecé a fumar en la Resi y ya llevo diez años que dejé el vicio. Y bueno, agradeciendo la paciencia por aguantarme me despido hasta la próxima.
Todas estas anécdotas se las dedico a Marcos Hervías, por haberme reconocido y darme la posibilidad de volver a estar con vosotros.