Relatos: El patio de mi recreo |
- EL PATIO DE MI RECREO
Barakaldo, 12 de Mayo de 2011.
![]()
No sé cómo empezar a contar las historias que se agolpan en mis recuerdos; recuerdos que se pelean por salir los primeros de mi cabeza en una alocada carrera por ser contados. Forman una madeja de historias que a veces no logro ponerles fecha, pero que sin duda fueron vividos con intensidad e ilusión. Hoy, pasados más de treinta años, intentaré desenredarlos con el deseo de que coincidan con los vuestros. Para mí, os aseguro, fueron los años más felices de mi infancia.
Este relato está dedicado a las personas que aparecen en él y a las que el paso de los años no ha borrado de mi memoria, pues están marcadas a fuego... Personas que fueron ciertamente esenciales en mi crecimiento y que hoy, después de tanto tiempo, las recuerdo con especial cariño. A todas ellas dedico estas letras... Os cuento cómo viví aquellos años en lo que, para mí, fue el Patio de mi Recreo.
Corría el año 1975, año de cambios... Yo por entonces estaba en la Residencia Infantil de Briñas con mi hermana Mari Carmen, pero cada quince días viajábamos con mis padres a Albelda, a visitar a nuestro hermano Alberto, el mayor de los tres pequeños... y ya sabíamos que finalizada nuestra etapa en Briñas, pasaríamos unos años en Albelda. Fueron tiempos mágicos...
![]()
Albelda era una residencia más grande, con más niños, y rodeada por inmensas zonas verdes. No éramos aún conscientes de la suerte que aquel entorno suponía para nosotros. Muchos niños estaban allí huyendo de los cielos grises y contaminados de Bizkaia, respirando aires limpios... Era impresionante el cielo cubierto de estrellas que se podía ver casi a diario.
La vigilancia de nuestros tutores era bastante más estrecha, y fue mi primer curso un poco de transición entre ambas residencias.
Empecé 5º curso en 1977, y creo recordar que nos sentíamos los mayores de los pequeños. Los de 6º, 7º y 8º gozaban, a mi manera de ver, de un estatus diferente. Tenían ciertos privilegios. Ya se sabe que la veteranía es un grado, y para jugar a lo que fuera, tenías que esperar a que los chicos mayores y más grandes que tú se cansaran o, simplemente, te dejaran jugar con ellos.
![]()
A mí, como me gustaba tanto el fútbol, me recuerdo muchas veces esperando pacientemente a que se librara una portería del patio para cogerla y tener un rato la suerte de echar unas patadas al balón. Eso se fue solucionando con el paso de los años y así, cuando yo era más veterano, eran otros los que tenían que esperar a que acabáramos nosotros. En eso creo que no han cambiado mucho las cosas. A nuestros hijos les ocurre lo mismo...
Mi primera profesora en Albelda fue la Srta. Milagros. Los de 5º teníamos nuestro aula en un extremo de la sala de juegos de las niñas. Una gran puerta corredera hacía de pared y nos aislaba un poco en aquella inmensa sala. Recuerdo que la Srta. Milagros recibía, en mitad de cualquier clase, las visitas periódicas e imprevistas del profesor Don Manuel. Los niños creíamos que Don Manuel había sido boxeador. Aparecía a cualquier hora y para nosotros era muy grata su visita pues suponía la interrupción de lo que estuviéramos haciendo. Don Manuel, con una bola de futbolín que siempre llevaba encima, la dejaba caer machaconamente sobre la mesa de la Srta. Milagros y ésta le pedía que se fuera, cosa que no solía hacer, para nuestro regocijo...
Con el paso del curso abandonamos aquel aula y, ya en 6º, Don Manuel fue mi profesor de Matemáticas. En su clase, junto al encerado, estaba en lugar destacado “La Mercuria”. Por si alguien lo olvidó, la Mercuria era una regla de madera que debía medir un metro, pero para nosotros eran las aspas de un Molino. Don Manuel debía pensar que aquella regla de madera era la espada del Cid Campeador...
![]()
Empezaba la clase, descolgaba la Mercuria y un silencio atronador se apoderaba del aula.
Subía y bajaba las escaleras blandiendo su espada de madera...Nudillos arriba los chicos que no han entendido el ejercicio... Las niñas, que pongan las palmas de sus manos hacia arriba... Pim, pam, pum!!! Bueno... más bien hacía como que daba.
Un día, Don Manuel me cogió voluntario para lavar su Citröen. Para mí ya era un privilegio que me diera una manguera por donde salía agua y así, después de un rato de diversión, me regaló una colección de fichas de animales del mundo... Era un coleccionable por fascículos y yo, amigo que era de toda la fauna viviente, me llevé una gran alegría. Aquellas fichas de animales fueron durante un tiempo compañeras en las horas de siesta los fines de semana... Y Don Manuel pasó de ser un boxeador a un amante de los animales... A Don Manuel le tuve mucho aprecio...
Don Miguel era un profesor menos expeditivo que Don Manuel. Hacía las clases muy divertidas; raro era el día que no salíamos riendo. Y recuerdo que solía traer un maletón que, al abrirlo, se convertía en tocadiscos donde nos ponía las canciones revolucionarias de la época...
![]()
—“No me llames extranjero, porque no es distinto el suelo de la tierra de donde vengo, no me llames extranjero...”.
Era muy habitual ver a Don Miguel con sellos y, poco a poco, en mitad de muchas clases, muchos de nosotros fuimos, sin darnos cuenta, haciendo nuestra pequeña colección, casi como quien coleccionaba cromos...
Un día Don Miguel me vio muy triste. Acababa yo de sacar un rosco —vamos, un cero patatero— en matemáticas, con Don Manuel —la visión de la Mercuria me tenía atemorizado—.
El caso es que Don Miguel, para levantarme el ánimo, sacó el tablero de ajedrez y me echó una partida...no recuerdo quien ganó, pero nunca olvidé aquello.
Don Angel, nuestro profesor de inglés, además de ser el director del centro, era otra persona que influyó en nuestra educación... Nos infundía respeto, pero le sentíamos cercano, así lo recuerdo. El libro de Inglés, con las historias de Peter and Molly. El pobre Peter no conseguía los favores de Molly, por mucho que lo intentara. Y Don Angel, haciéndonos cantar aquello de: “What is this and what is that? This is my dog and that is your cat. Who is that and who is this? That is Molly and this is Chris.”.
![]()
Un día, Don Angel organizó un partido de fútbol entre cursos. Yo estaba en 6º y jugamos contra los de 7º. Nos jugábamos la honra, y unos kilos de caramelos. Don Miguel y Don Manuel jugaban con nosotros, y Don Angel con los de 7º. Ganamos los peques y recibimos los vítores y no sé cuantos kilos de chuches. No estuvo bien que no los repartiéramos con los perdedores y así, después en clase, recibimos una lección de humildad. ¿Os hubiera gustado que os hicieran a vosotros lo mismo? ¡Pero leches! Qué buenos estaban... ¡Nunca unos caramelos fueron tan dulces! ¡Y yo paré un penalti a Don Angel! Otro recuerdo que tengo de él es repartiendo libros de lectura. Quería que cultiváramos el placer de leer, y a mí me tocó el Quijote. Menos mal que, por aquel entonces, yo tenía una colección de cromos con la historia resumida y, así, pude hacer creer que sabía de qué iba el cuento, que si no de qué...
La hermana Pilar nos daba Geografía, Música y Trabajos manuales. A mí la flauta me gustaba mucho... Aún puedo recordar a un montón de niños tocando al unísono “Adeste fideles...”. Tenía la mujer un poco de mal genio. No me extraña: éramos cuarenta y tantos, y en su clase no había Mercuria.
![]()
De la hermana Dolores guardo muchos recuerdos. Era la que llevaba el coro, y lo vivía con mucha pasión. Tanta, que a veces perdía los nervios —otra que tampoco tenía Mercuria—. Le gustaban mucho los ensayos. A nosotros no tanto como a ella, pero nunca se lo dijimos. Con ella recuerdo una historia que a mí, por aquel entonces, me enfadó mucho, pero mucho mucho...
Mi verdadera pasión era el fútbol en todas sus variantes, con porterías o sin ellas. El caso es que yo estaba en el equipo de futbito y teníamos que jugar un partido en la Residencia Infantil de Briñas. Ya comenté que yo había estado dos años interno en Briñas y para mí era como un clásico Athletic-Real Sociedad. Y he aquí, que el mismo día y a la misma hora, la hermana Dolores quería ensayar con los del coro... Mi hermana Mari Carmen, que también hacía de madre, pidió permiso para que pudiese ir a jugar el partido, pero la hermana Dolores, que no hizo de madre, dijo que nanai de la China... que el coro estaba primero... y me quedé sin ir al partido en Briñas... ohhhhhhhhh!!!
No recuerdo el nombre de la hermana encargada del comedor, pero sí su afán porque todos comiéramos bien. Era una mujer fantástica e incansable en la búsqueda del tramposo. No la colábamos ni una. Aunque escondieras la comida debajo de las peladuras de naranja, allí aparecía ella para rebuscar restos, y allí te quedabas con el plato. Y si rechistabas, igual te comías también las peladuras.
![]()
Con los dedos pedíamos agua, pan y los valientes repetían.
Esos ratos en el comedor fueron increíbles. Nos unían unos a otros, gastronómicamente hablando... Era normal el intercambio de platos y yo guardo un grato recuerdo de un muchacho de la mesa de al lado. No recuerdo su nombre, ni si era más grande o más pequeño. Sé que no le gustaban los huevos cocidos a la vinagreta; a mí me encantaban. Los ponían de vez en cuando a la hora de la cena y he de confesar que aquél muchacho me proporcionó momentos llenos del placer. Si lees esto y lo recuerdas, ¡¡¡gracias!!!
A mi hermana le pasaba como a Mafalda con la sopa, que tenía sopofobia. Creo que se curó...
Otra monja que me dejó “huellas” fue la hermana Victoria. Era la encargada de poner inyecciones y supositorios... Lo de los supositorios es verdad, también los ponía ella. He de mencionar que a esta hermana no le hacía falta Mercuria, pues la llevaba incorporada de serie... De verdad que todo esto lo recuerdo con mucho cariño, pero... Un día llovía a mares. Recordad que cuando llovía debíamos ir a la sala de juegos. Aquel día, el partido de fútbol debió ser tan emocionante que se nos olvidó ir a resguardarnos del agua...
![]()
Yo con el pelo calado y la hermana frente a mí, esperándome... Me agarró con una mano y no había manera de librarse de lo que vino... Entendí las reglas del juego: ¡¡cuando llueva, que no te vea la monja!!
De verdad que la recuerdo... ¡¡Pa no!! Pero siempre con una sonrisa.
¿Y la hermana Joaquina? La Madre Superiora infundía mucho respeto. Había sido misionera, y eso le concedía, a mis ojos, un poder especial.
Un día nos llevó al salón de actos. Allí nos puso unas filminas de su misión, y nos habló de con qué poco se podía ser feliz. Recuerdo que en las filminas aparecía un trozo de pan, que alguien había tirado en el patio; alguien que no había comido su bocadillo. Una lección para reflexionar...
![]()
Otra vez, no sé qué año, casi no pudimos ir a casa por Navidades. Había caído tal cantidad de nieve que las carreteras estaban cortadas. En la cena, la Madre Superiora nos lo contó. Nunca rezamos tanto... ¡ni siquiera en el Mes de Mayo! Había que pedirle a la Virgen que bajara a quitar la nieve del puerto de Barazar... ¡Y la Virgen curró, vaya que sí! Al día siguiente, allí estaban los autobuses para llevarnos a casa por Navidad.
¿Os acordáis cómo nos llamaban por megafonía cuando había una visita o una llamada de teléfono?
—¡Hermanos Santamaría, acudan a recepción... tienen llamada telefónica! (Bis)
Mi hermana Mari Carmen y yo dejábamos todo y empezábamos a correr para llegar primero —el primero hablaba más tiempo...—. Un día, mi hermana corrió más que yo —o estaba más cerca, nunca lo sabré—. El caso es que cuando me tocaba a mí, se cortó la comunicación. Pillé un mosqueo tremendo. Acabamos a tortazo limpio, allí detrás de las aulas... ¿para qué están los hermanos?
![]()
Con mi hermana coincidí dos años. Era mi protectora. Un día recuerdo que me dijo: ¡voy a hacer 13 añazos! Quién los pillara... Y otra vez, no sé en qué año, me cogió por banda, y muy bajito me dijo: “Tato, ya soy mujer...”. Pensé... "y antes qué eras, ¿una rana?".
A mí me encantaba la hora de irme a dormir... Era un rato mágico donde podías viajar a la Isla del Tesoro... o podías volar encima de una cama mágica junto a la Bruja Novata cantando aquella canción: “Si puedo yo, mover, un par de zapatones, lograré, mover, castillos y camiones...”. Y sus palabras mágicas: “¡Treguna... Mekoides... Trecorum... Satis... Dii...!”.
Y volé con el Principito y su bandada de aves migratorias... ¡Por favor... dibújame un cordero...!.
Las misas empezaban siempre igual: “Vienen con alegría, Señor, cantando vienen con alegría...”.
Recuerdo al cura con cariño. Un domingo, buscó entre los niños al más fuerte de todos. Le pidió que subiera al altar. Allí tenía el cura preparado un montón de palillos largos. Pidió el cura al muchacho que los intentara romper todos juntos... Todos le animábamos, se podía jalear. Pero el muchacho no pudo. Escogió después el cura a una de las niñas más pequeñas, y le fue dando una a una aquellas varitas de madera. Las rompió todas. Cuantas veces me he acordado de aquello...
![]()
Y sin terminar la misa, mirábamos a las últimas filas, impacientes, esperando ver las caras de nuestros padres. Tuvieron mucho mérito. Ir a visitarnos cada quince días, en invierno, por las carreteras de entonces...
Las tardes del cine, con las pelis de indios y vaqueros, con las historias de Fantomas, Tarzán... y las chuches del fin de semana... ¡Qué momentos!
Un día de no sé qué curso, se “colaron” en mitad de la película dos chicas con los pechos al aire...!Imaginad! Corrían los monitores fuera de la sala y los niños como locos de contentos. Al día siguiente se comentó aquello más que la visita de nuestros padres...
Momentos menos gloriosos eran los que nos tirábamos en fila, calladitos, como niños buenos... Cuántas horas de recreo perdidas... Luego los monitores, uno a uno, nos iban librando del castigo y allí se quedaban siempre los mismos. Es que no aprendíamos.
Las horas invertidas en el futbolín, el ping-pong o las partidas de ajedrez, con sus fichas incompletas...
—Te como el tapón... quiero decir... el caballo.
![]()
Y me recuerdo cogiendo lagartijas. En cuanto aparecían por las paredes, allí estaba yo como un águila culebrera. Y también cogía grillos. Alguno lo soltábamos en el dormitorio, y se pasaba toda la noche cantando...
Recuerdo a unos monitores fantásticos. Unos vivían su profesión con más vocación que otros, pero es que éramos 400 niños desbocados. Y recuerdo a Alfredo, monitor de tiempo libre. Con él jugábamos a futbito, y nos sacaba en su Simca 1200. Todos apiñaos, que teníamos partido...
Los sábados por la tarde había discoteca; sacaban los altavoces y a bailar —yo entonces tenía un pie clavado en el suelo; hoy tengo los dos—. Hacía furor la música de Boney M, los Pecos y Miguel Bosé... La banda sonora de Grease... También sonaba Perales, y su velero llamado Libertad...
![]()
Y nunca he olvidado a mis compañeros de juegos y fatigas. Muchos nombres han viajado conmigo todos estos años, como si fueran las capitales del mundo... Hoy alguno de esos niños habéis hecho posible esta página donde volcamos nuestros recuerdos. Y alguno hay también que está disfrutando en la búsqueda de más niños. A vosotros, ¡mil gracias!
Perdonad que no recite sus nombres, pues seguro que me olvidaría de alguno, y no me lo perdonaría... Pero hubo un niño que fue algo más que un amigo. Compartimos muchas horas en las escaleras de la Iglesia... Allí tocaba su armónica invisible... ¡que aún sigue sonando!
Bueno, niños y niñas. Deseo que alguno de estos recuerdos coincidan con los vuestros, y que hayáis disfrutado leyendo mi relato tanto como yo escribiéndolo.
¡Brindo por no haber olvidado de dónde venimos!
Voy a cenar... ¡Huevos a la vinagreta!