Relatos: El patio de mi recreo



LOS ECOS DE AQUELLA ARMONICA


Por Josu González

Bilbao, 21 de Junio de 2011.

Tratar de superar los relatos de mis "compis" de Residencia va a ser muy complicado, porque me han hecho disfrutar mucho y han avivado los recuerdos de aquellos maravillosos años.

Para empezar daré unos pequeños datos sobre mi estancia en Albelda. Estuve desde septiembre del 76 a junio del 80, cuando cerró nuestra querida Residencia. Durante esos años hice 4º, 5º, 6º y 7º, y —para el que sea amigo de las estadísticas— tuve los números 79, otra vez 79, 121 y 214.

Mi primer recuerdo trata sobre el primer día en el que, desde mi calle en el barrio de Uribarri hasta la calle Gordóniz, que era desde donde salían los autobuses, iba llorando y agarrándome a todo lo que podía con tal de no ir. Aún no sabía los buenos momentos que iba a pasar... Me acuerdo que, al principio, los autobuses pasaban por Barazar, ya que aún no estaba construida la autopista Vasco-Aragonesa (AP-68). A mitad de camino, parábamos en La Puebla de Arganzón, en el restaurante Palacios —Km 333 de la N-1— donde... ¿quién no ha comprado una hucha con forma de mojón y llena de caramelos?

Todo lo que he ido leyendo en el Libro de visitas y en vuestros relatos ha despertado mi memoria y ha hecho que, además de reconocer vuestros recuerdos, fueran apareciendo en mi mente cosas que tenía olvidadas.

Yo era uno de esos que se acercaba todos los días a la mesa de las medicinas para tomar un medicamento que se llamaba "Pankreon", y que eran unos polvos rojos que mezclados con agua sabían a... ¡Red Bull! Años después de salir de la Resi, probé una de esas latas y... menuda sorpresa: "¡Pero si yo he bebido esto un montón de años!".

Otra de las cosas que recuerdo con cariño es mi paso por el coro, donde coincidí con mi buen amigo Eduardo Santamaría. Cuántos ensayos, y cuantas canciones habremos compartido, ¿verdad? Yo era uno de los solistas y no tocaba la guitarra como Edu, pero de vez en cuando sí que tocaba algunos instrumentos, como el triángulo, las maracas, la pandereta, el bongo —esos tambores que se sujetan con las rodillas— o, incluso, la "armónica invisible".

El repertorio de canciones os sonará: "Tu has venido a la orilla", "Yo tengo un gozo en el alma", "Qué alegría cuando me dijeron", "No has nacido, amigo, para estar triste"... Y tantas muchas otras que Raúl Villaluenga se ha propuesto recordarnos... Gracias Raúl. La anécdota, cuando nos llevaron a los del coro a un psiquiátrico, a ver al grupo "Viva la gente", donde uno de los internos se llevo unos catetos nuevos que tenía —ya contada en el Libro de visitas —. Yo era demasiado tímido como para salir corriendo detrás de él, y siempre he pensado que, al menos, espero que los haya disfrutado...

Cada quince días, y después de la misa de los domingos, recibía la visita de mis padres, y junto con Bittor Urrutia y sus padres solíamos ir casi siempre a Logroño, donde por los alrededores de la catedral comencé la colección de sellos que conservo hoy en día. Luego, comíamos siempre en el mismo bar, cerca de la plaza del Espolón, y mi menú casi siempre era el mismo: sopa de fideos y chipirones en su tinta. No me preguntéis por qué, pero era de ideas fijas, jajaja.

En una de esas visitas, dentro de mi segundo año, mis padres y el padre de Bittor tuvieron un accidente de automóvil cerca del pantano de Legutiano, y allí murió mi madre. Supongo que desde entonces mi vida cambio, y también mi forma de ser. A partir de ahí, mis recuerdos de esos días se difuminan, y apenas recuerdo nada. Seguro que vosotros, los que me conocisteis, tenéis algún recuerdo mas claro de aquello.

Me vienen a la cabeza muchos de nuestros juegos, como las canicas y los guás, las partidas de campo quemao, los catetos de emparejar familias de esquimales, indios, chinos y demás, los catetos de motos en los que apostábamos sobre la cilindrada, la potencia o la velocidad, las excursiones a Alberite en las que pasábamos por el río Iregua...

Pero también, las largas filas en espacio y tiempo cuando nos castigaban y no salía el culpable, y cómo nos iban librando del castigo tocándonos en el hombro. De las clases con Peter & Molly, con sus colores rojo y blanco como si fueran del Athletic, y que nos sirvieron para iniciarnos en el idioma de Shakespeare. Por el Libro de visitas han contado cómo nos quitaban los piojos con vinagre, pero doy fe de que, en los últimos años, lo hacían con unos botes de Cruz Verde.

Mi último recuerdo es para cierta chica, con la que pase momentos muy agradables e inolvidables en las campas que había junto a las piscinas... ¡buscando tréboles de cuatro hojas! Y lo bueno es que sí encontramos alguno. Así que no es un mito: existen, y están en Albelda.

Bueno, chicos y chicas de la Residencia Infantil "Santa María La Real", espero que este pequeño relato os haya gustado y os haya traído buenos recuerdos. Y aprovechar a animaros para que sigáis compartiendo con todos nosotros vuestras vivencias.

Un saludo a tod@s. Nos vemos en la Gran Kedada del próximo 8 de Octubre en la Resi.