Relatos: Volver... con las sienes plateadas



VOLVER... CON LAS SIENES PLATEADAS


Por Feli Alvarez del Olmo

Bilbao, 20 de Julio de 2012.

Estuve en la Residencia de Albelda el año 72-73 cursando 5º de EGB.: era la número 309. Lo cierto es que ya había pasado anteriormente por Pedernales, y cuando mi ama me propuso ir a Albelda, acepté con más entusiasmo del que luego me di cuenta que tenía. Creo que lloré varias noches. Supongo que hasta hacer algunas amigas, y consolarnos las unas a las otras. Mis aitas querían que fuese porque comía muy mal, pero puedo asegurar que salí de allí sin haber mejorado mis dotes de comensal. Lo he conseguido con el paso del tiempo y gracias a otras muchas experiencias, unas veces placenteras y otras no.

Del comedor, recuerdo que siempre bendecíamos la mesa antes de empezar. Se notaba la influencia religiosa y la confesionalidad del Estado. También recuerdo que debíamos dejar los platos apilados en una esquina de la mesa, para que fuesen recogidos por “las camareras”, hecho que aprovechábamos para dejar en el de abajo las raciones que nos sobraban o que no queríamos. Más de una vez, teníamos que repetir por haber dejado demasiada comida en ellos, comida que rebosaba al recogerlos y que, dependiendo del estado de ánimo de la que recogiera, lo pasaba por alto o... ración doble.

Ahora que miro hacia atrás, entiendo por qué me gustan los números pares... Y es que allí todo funcionaba a la orden de tres, jajaja... Tres timbres para levantarse, asearse y... ¡en fila! Tres dedos en el comedor: uno para pan; otro para agua; y otro para repetir. Me gustaban los cuentos con los que nos despertaban y nos acostábamos. Algunos eran pasajes de la Biblia contada para niños. Creo que son los únicos hechos bíblicos que recuerdo de mi relación con la Iglesia, porque en misa, al margen de las canciones, no creo que prestara mucha atención. Seguro que estaba más pendiente de aquel bermeano que me gustaba tanto, y que –por rebelde, o porque no quería estar allí, o porque estaba un poco loco– le castigaban tanto. Imagino que su hermana sufriría igual que yo cuando le pegaban.

Pero a favor de aquella disciplina y cierta rigidez, debo reconocer que nos ayudaba a ser organizados y autónomos. De hecho, para muchos era el único referente de orden que tenían, ya que procedíamos de familias y ambientes muy dispares. Desde luego la situación socio-económica de entonces no se parecía en nada a lo que hemos vivido después. Ahora... bueno, ya veremos.

Si de Pedernales me viene a la memoria el olor a manzanas, el mar y el olor a salitre, de Albelda lo hacen las flores de los almendros en primavera, el olor a ozono cuando cortaban el césped, la nieve, la escarcha, el frío –con las piernas al aire, que el uniforme no tenía leotardos– y las lombrices campando a sus anchas por los patios.

También recuerdo cuánto jugábamos y lo ingeniosas que éramos. Nos gustaba cambiar la letra de las canciones, manteniendo la música original... De las meriendas... ¡qué decir! Me encantaba la chocolatina de Nestlè pero, ni entonces ni ahora ha conseguido nadie que comiera Nocilla. ¡Menos mal que nos la daban en porciones individuales, envuelta en papel como los quesitos o la mantequilla! Así la podía cambiar por pan.

Recuerdo acercarnos a las ventanas para ver a los chicos en su patio. En mí época –año 72-73–, chicos y chicas teníamos muy pocas oportunidades de estar juntos fuera de las aulas. Jugábamos en patios diferentes y no nos juntaban; en el comedor estábamos separados por el pasillo central; en la capilla, unas a la derecha y los otros a la izquierda... ¡Cómo para concentrarse en la homilía! Era más interesante mirar hacia un lado que hacia el frente, y cantar muy alto para atraer su atención, jajaja... De ahí, que intentáramos comunicarnos por mensajitos, a través de las ventanas cerradas de la sala de juegos...

Igualmente, recuerdo patinar y observar embelesada a una monitora del segundo dormitorio. Me parecía que lo hacía a nivel olímpico, jajaja... Hace un par de años retomé esa afición, y recorro Bilbao con frecuencia ahora que la ciudad lo permite. Pero también jugábamos en los columpios. ¡Cuántas braguitas no habremos roto en el laberinto...! Desde luego, lo que flotaba en el ambiente era amistad. Como la necesidad obliga, todos teníamos nuestra “cuadrillita”, con la que compartíamos los malos tragos, los momentos de nostalgia o añoranza. Por encima de todo, disfrutábamos juntos.

Me da cierta tristeza pensar que de tan estrecha relación de entonces, apenas queda hoy un difuso recuerdo. Ahora con los avances tecnológicos, es más sencillo mantener el contacto. Y en este sentido, quiero agradecer a quienes han creado esta página, por la oportunidad que nos da para el reencuentro por un lado, y por otro para que ciertas vivencias y casi retazos de nuestra propia historia, no queden en el olvido.

Las aulas me llamaron mucho la atención la primera vez que entré en ellas. Estaban diseñadas en escalera, para que todo el mundo pudiese ver bien el encerado, que ocupaba toda la pared del frente. Desgraciadamente, alguno más que ver, se lo “zampó”, porque fue lanzado desde arriba, por algún profesor –cuyo nombre ahora ya da igual–. Mucho tiempo después, vi las de la Escuela de Ingenieros de Bilbao, construidas de igual manera, pero bastantes años antes, lo cual me hizo recordar aquellos tiempos en la Resi de Albelda.

Mi profesor fue don Amadeo. Por esas casualidades de la vida, he trabajado durante años con un paisano suyo (ahora ya jubilado), a la vez que colega, el cuál me contó algunas cosas de él. Estos datos, unidos a la madurez que dan los años, me han ayudado a explicar tantas cosas que, cuando eres niño, no logras entender. Desde luego, siempre he conservado un grato recuerdo de aquel profesor.

Por las tardes, después de terminar las clases, teníamos hora de estudio. En una de esas, me dediqué a rascarme los muslos, jajaja... Había epidemia de sarna, y yo debía de querer ir a la enfermería también. Así que me rascaba, especialmente, cuando el profesor pasaba por mi lado. Viendo la situación, efectivamente, me mandó a la enfermería y allí me quedé ingresada unos días, junto a otros, muchos por cierto. Tantos, que excedimos el número de plazas disponible. Fue una auténtica juerga. Comíamos y cenábamos en el pasillo –¡chicos y chicas!–, con bandejas apoyadas en las rodillas. Y las noches... menos dormir hacíamos de todo: contar chistes, saltar por las ventanas... Como decía antes, risas, risas y más risas, y sobre todo, mucha camaradería.

En Navidad, ya en mi época interpretábamos funciones acordes con esa festividad. A mí me seleccionaron para interpretar dos. Una la organizó la monitora Conchi, y como me caía muy bien la hice de buena gana. La otra, cuya “directora de escena” era Divina –que en mi opinión no lo era, lo cuál es una opinión absolutamente subjetiva–, intenté no hacerla. Pero de poco sirvieron mis alegaciones y protestas, y al final actué en las dos porque... dónde manda monitora... jajaja...

De los fines de semana, supongo que como la mayoría, esperaba la visita dominical de los familiares. Muy a mi pesar, no se producían todos, sino en domingos alternos. Me gustaba mucho el cine. De esa época tengo vista toda la filmografía de Marisol y Rocío Dúrcal.

Alguien ha mencionado los tubos de leche condensada. Me encantaba, y sigue siendo uno de mis dulces favoritos, para desgracia de los kilos, jajaja... Yo la escondía en el interior de la espuma de la almohada, para que no me la requisasen.

En Semana Santa, no quise venir a casa a pasar las vacaciones. Imagino que ya me había adaptado tanto a la colonia, que me hacía sentir bien estar allí. Nos quedamos muy poquitos, unos once, así que nos convertimos en los “niños mimados” de las monitoras que hicieron guardia. Hasta nos peinaban, y nos hacían las coletas... Así estrechamos nuestra relación con ellas: Marisa, Carlota... A algunas, apenas las conocíamos, porque habitualmente cuidaban los dormitorios de los chicos. Pero en ese breve tiempo, chicos y chicas tuvimos la oportunidad de disfrutar de una relación de auténtico compañerismo, sin los tabúes propios de la época.

En fin, creo que os he dado una idea de cómo transcurrió para mí aquella etapa. Seguramente me dejo muchas vivencias que ahora no me vienen a la memoria, pero si deciden retornar ya os las contaré. A algunos os parecerán experiencias semejantes a la vuestras. A otros... quizá no. Pero ya sabéis que cada cuál cuenta la feria según le ha ido en ella.