Relatos: ¿Me enseñas tu residencia? |
- ¿ME ENSEÑAS TU RESIDENCIA?
Barakaldo, 16 de Junio de 2011.
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Todos corríamos, dejábamos nuestros juegos y nos poníamos en fila; era la hora de la comida... Por el altavoz sonaba aquella canción, "Canta con nosotros"...
Han pasado 36 años desde que aterricé en las faldas del Toloño. Y no sé cómo, pero es oír su nombre y me viene un olor a patatas a la riojana, a pimientos asados, a chuletillas de cordero... a brasas y sarmientos... ¡y a champiñones a la plancha!
Yo conocía la Residencia de las visitas que un año antes hice a mis hermanos Alberto y Mari Carmen, que estuvieron de avanzadilla. Así que, en 1975, cuando yo tenía nueve años, decidieron mis padres que ya era hora de que también espabilara un poco. Y allí pasé dos lindos años, junto a mi hermana.
De mi primer día tengo vagos recuerdos...
A la hora de la despedida debí montar una de aúpa; en mi mente aún veo a mi madre llorando del disgusto de ver a su hijo pequeño agarrado a un marco de la puerta de recepción, mientras una persona me cogía y me llevaba hacia dentro. Tal vez se puedan ver aún las marcas de mis dedos soldados a aquella puerta... Debí arañarla con saña.
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Recuerdo también que por la tarde, ya pasado el primer susto, nos llevaron a las duchas. Yo siempre aguardaba dos horas y media antes de meterme al agua, por eso de la digestión, y no entendía que después de merendar tuviera que mojarme. Así que, cuando tuve que meterme en aquella ducha "sin puertas", le dije a una monitora que no entraba ni a empujones... Que mi madre no me dejaba hasta que no hiciera la digestión! Y una de dos, o mi madre mentía o aquella monitora puso en riesgo mi vida, pues acabé debajo del chorro como todos los demás, allí, como Dios me trajo al mundo... ¡y ante una desconocida!
Pero supongo que al ver el campo de futbito, las canastas, aquel columpio de madera con sus cadenas de hierro, el foso de arena, el cine, la piscina, el gimnasio con sus cuerdas hasta el techo... se me pasaron todos los males. Había entrado en un Paraíso desconocido: todo un laberinto por recorrer y descubrir...
El entorno de mi primera Residencia estaba tocado por una varita mágica...
Briñas duerme a los pies de la Picota, un monte más alto que el Everest. Desde mi habitación parecía que se elevaba por encima del Toloño, y subir a su cima era toda una proeza que repetimos varias veces. Nos sentíamos alpinistas que ascendían al techo del mundo. Desde arriba la vista era grandiosa y se podía contemplar al Ebro serpenteando entre viñedos.
Los inviernos eran crudos y creo recordar que fue en Briñas cuando vi por primera vez una gran nevada. Todo cubierto de blanco, hasta donde alcanzaba la vista...
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Mi primera monitora fue Vega y a mis nueve años le habría pedido matrimonio de no haber tenido que batirme en duelo con los chicos de mi clase. Y la recuerdo también en la hora del comedor, decidiendo entre los que levantábamos el dedo, quién era el elegido para bendecir la comida por el micrófono: "Señor, da pan al que tiene hambre y hambre al que tiene pan, por Jesucristo Nuestro Señor, Amen". La verdad es que la oración tenía su miga: "Quítale a éste su bocadillo, que me lo como yo".
Chechu y Guillermo, Guillermo y Chechu, siempre juntos como Zipi y Zape. Tenían unas barbas que ahora están pasadas de moda pero que, entonces, debieron hacer furor... Se encargaban de muchas cosas... del deporte, de la música... Con ellos descubrí el placer del fútbol y enseguida supe que yo tenía que ser futbolista.
Me recuerdo hipnotizado, mirando por la ventana al campo de futbito vacío, pero es que fue mi primer gol... Se lo había metido al Abalos, pueblo vecino que nos visitó y se llevó un porrillo de goles. ¡Ni en San Mamés habría sido más feliz!
Recuerdo también el día que entré en el coro. Me habían dicho que nos daban instrumentos para cantar. Yo todo contento, esperando una batería, y va Chechu y me da unos chinchines... Sí, esos platillos chiquitines que si los juntas en un alarde de concentración suenan... "chin, chin" —de ahí su nombre—. Mi hermana, más afortunada, tocaba la caja china, y a veces los palitroques... Claro que era más veterana y tenía mucho más técnica que yo. Y miraba con deseo la pandereta, que era lo más parecido a una batería... ¡aunque eso requería ya de una gran destreza!
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Así que, frustrado, me apunté a mis primeras clases de guitarra... "La playa estaba desierta, el mar bañaba tu piel, cantando con mi guitarra, para ti María Isabel". La... Re... Mi... Con esos tres acordes canté mi primera canción. No te dejaban pasar de curso hasta que la tocabas sin mirar los dedos... ¡Chechu y Guillermo fueron muy crueles!
A Javi le teníamos un respeto tremendo. ¡Imponía! Era el Jefe de los monitores, tenía el aspecto de un hombre serio y, cuando hablaba, todos callábamos.
De Javi tengo muchos recuerdos... Un día, no sé de dónde, apareció una trompeta y allí estábamos todos los niños en fila intentando hacer sonar aquel maldito instrumento. No había manera de que por allí saliera nada. Todos con los papos inflados y la trompeta babeando. Javi era el único que la hizo sonar —claro que sus papos eran más grandes que los nuestros...—.
También le recuerdo en el cine. Antes de empezar una película, nos explicó lo que íbamos a ver: un hombre cavaba su tumba en el hielo y, abandonado a su suerte, se dejaba morir. No sé qué película era, pero supongo que trataría de alguna expedición al polo...
Cuando murió Franco, corrió el rumor entre los niños de que iba a haber una guerra. Los más pequeños estábamos asustados... Nos reunieron a todos y Javi, por el altavoz del comedor, nos dijo que lo que iba a haber eran... ¡vacaciones! Gritos, risas... ¡¡Fiesta!! ¡Todos a casa una semanita! Guachi, guachi...
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Luego vino Jarcha y su canción: "Libertad, libertad, sin ira libertad, guárdate tu miedo y tu ira; porque hay libertad, sin ira libertad, y si no la hay, sin duda la habrá". No entendía muy bien qué significaba aquello, pero ¿cuántas veces cantamos esa canción?
El fin de curso, con los fuegos artificiales, la música, y la despedida, provocaban en muchos el deseo de volver el próximo año... pero en fin, como todo, mi etapa en aquella residencia terminó... ¡sin darme cuenta! De recuerdo me dieron un libro de "Simbad el Marino".
De ahí pasé a Albelda y los años volaron. Me salieron granos, bigotillo, me cambió la voz, mientras que mi madre quitaba el dobladillo a mis pantalones.
Se terminó nuestra etapa de internados, volvimos a la ciudad que nos vió nacer, y dejamos allí, en una barrica de vino, nuestros recuerdos, macerando lentamente con el paso del tiempo...
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Muchos años después, más de veinte, volviendo con mi padre de un viaje a la Rioja me dijo: "¿Paramos? Será sólo un rato...". Y yo, egoísta que fui, no tuve en cuenta los deseos de mi padre por parar en la que también fue su residencia. Le dije: "No, mejor tira, no pares". Y juntos volvimos mirando de reojillo a Briñas. Yo veía el Toloño y la Picota, y ardía en deseos de decirle: "¡Para! ¡Da la vuelta y entremos!". Mi padre, que todo lo entendía, no paró... Me pesó como una losa no haber compartido ese rato con mi padre...
Y pasó más tiempo... y me crucé en mi vida con Miriam, mi compañera de viaje... Ella sabía de esta historia con Briñas, y del día que no paré con mi padre... Y me preparó una sorpresa... una segunda oportunidad...
Un día, volviendo de un viaje a Madrid, me dijo: "Si en vez de volver por Burgos, nos desviamos por Logroño, estaremos a tiro de piedra... ¿Me enseñas tu residencia?"
Aparcamos junto al Portal de la Rioja, aquel hotel hexagonal con una bodega, que parece el guardián de la Resi...
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La puerta estaba abierta de par en par, esperando que alguien la cruzara. Era invierno, un día lluvioso, y no serían más de las seis de la tarde pero la noche se había echado encima. Mi pulso acelerado, por si alguien aparecía y nos negaba la entrada. La intención era sólo dar una vuelta por el exterior, hasta donde nos lo permitiera esa visita furtiva...
Se veían los pasillos iluminados, y allí a lo lejos, una persona se acercaba. Cuando llegó a nuestra altura, abrió la ventana y nos dijo: "Hola, ¿dónde van?".
Y contesté: "Hola buenas; sólo queremos dar una vuelta por fuera, si es tan amable... Yo estuve aquí hace muchos años, y no hemos podido evitar parar y entrar...". Ahora toca alucinar con lo que pasó...
—¿Cómo te llamas? —preguntó—.
—Eduardo —contesté—.
—¿Tú apellido?
—Santamaría.
—Me acuerdo de tí —dijo él—.
—¿Perdone...? —supe enseguida que debía ser alguien de mi época, pero no daba crédito—.
—Eras rubito, y tenías el ojo para dentro... ¿No sabes quién soy?
—Lo siento. ¡No sé quién eres! —yo estaba petrificado, si me pinchan no sangro...—.
—Soy Javi.
—¿¿Javi??
—Entra por recepción, que te abro la puerta...
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Efectivamente se acordaba de mí —en aquella época yo tenía un ojo mirando a la Picota y otro al Toloño... !y sí, era rubito!—. También se acorda de mis hermanos y de mis padres. Pero, ¿cómo se podía acordar si habían pasado casi treinta años y supongo que algunos miles de niños? Llegué a la conclusión de que se acordaba por el gusto con el que desempeñó su trabajo.
Entré por recepción, un apretón de manos y una visita guiada por mi Resi con Javi y Miriam a mi vera. ¿Se podía pedir más?
Tuve que luchar contra mi cuerpo para que no delatara mis emociones... el corazón desbocado, la voz casi quebrada y las lágrimas a punto de asomar... de verdad que hice malabarismos...
El pasillo, igual que lo recordaba, sus ladrillos blancos, el suelo marrón, los mismos cuadros...
—¿Recuerdas a dónde dan estas escaleras?
—¡Sí! A las habitaciones —contesté—...
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Subiendo aquellas escaleras tuve un recuerdo en forma de aromas —o un aroma en forma de recuerdos, no lo sé—, una sensación placentera, de paz, de ver que hay lugares donde las cosas no cambian. Y mi habitación... reconocer mi camarilla, la cama donde dormí, y a la que no me lancé de purito milagro. Los lavabos, las duchas, las mismas cortinas.... Parecía un viaje al fondo de tu infancia. Los recuedos dormidos despertaban de golpe, y no encontraba las palabras necesarias para decirle a Javi cómo me sentía. ¡No las habían inventado!
Todavía recogían la ropa igual que cuando yo era niño. Una percha para pantalones, otra para mudas, otra para los pijamas... Y las duchas seguían sin puertas.
La visita al comedor, a las clases, reconocer mi aula casi como la dejé... El gimnasio era ahora un plató de televisión —Javi me contó que se hacían series para la ETB—. En el techo seguían los ganchos por donde un día colgaban las cuerdas por las que subíamos... y en un fondo estaban las sillitas con las que estudiábamos apiladas. Javi me dijo: "Son las mismas, las de siempre".
Debió pensar que yo era un chico parco en palabras... y la verdad fue que no podía hablar. Le pregunté por Vega y su hermana Yolanda, por Chechu y Guiller, y por la monja enfermera de la que no recuerdo su nombre... Se despidió de nosotros y me dejó dar una vuelta muy grande por el exterior de la Resi.
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Miriam escuchaba como fue nuestra estancia en aquella residencia de ladrillos blancos, y pudo entender lo que para mí supuso el paso por Briñas.
Y cuando nadie me vio, di permiso a mi cuerpo para que se expresara como le diera la gana, empecé a ver todo nublado como cuando pones los limpias de tu coche a todo trapo...
Esta excursión relámpago a mi niñez y este encuentro con Javi ha sido el regalo más bonito que me han hecho desde hace mucho, mucho tiempo.
Poco después, tuve la suerte de que a mi hijo Daniel le tocara unos días en las colonias de verano. Me había oído tantas veces hablar de Briñas que no puso muchos reparos en ir. Fue contento y volvió feliz. Y oírle contar cómo se lo pasó fue increíble.
Fui con mi hermana Mari Carmen, su novio Kike y Miriam a recoger a Dani. Visita de puertas abiertas y revolcón en mi cama, tortilla de patata mirando a la Picota y chapuzón en la piscina... ¡El gordo de la lotería!
No fueron dos años, pero por lo menos vivió una experiencia fantástica. ¡Y conoció a Javi!
En fin... ha pasado mucho tiempo y me alegra ver que a otros niños les pasa lo mismo que a mí. Leer sus relatos me hizo escribir el mío, con el deseo de que mi hijo Dani nunca se olvide de su infancia...
Ebro, viñedos, bodega, pimientos, ribera, Picota, Toloño, Briñas... Y de fondo sonando por megafonía "Song sung blue", ¡como cuando éramos pequeños!