Relatos: Aquí todo... es mucho |
- AQUI TODO... ES MUCHO
Por Mª Jesús Casas
Villarcayo, 6 de Junio de 1979.
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A continuación, se transcribe la carta que Mª Jesús Casas envió a su familia, pocos días después de llegar a la Residencia de Villarcayo a hacerse cargo de la dirección. Su llegada se produjo el 1º de Junio de 1979, último mes que estarían allí las monjas Hijas de la Caridad.
La carta —junto con una copia del programa de actos del Día del Padre 1980 en la Residencia— fue enviada por la propia Mª Jesús a este Webmaster el 24 de Noviembre de 2011, unos meses antes de su fallecimiento. Se reproduce aquí prácticamente en su integridad, con el permiso de su hija Chelo, habiéndose omitido únicamente algún apartado referido a cuestiones muy personales, carentes de interés para los seguidores de esta Web.
Como podreis comprobar, esta misiva constituye un verdadero relato —muy bien escrito— de lo que se encontró al llegar a Villarcayo, sus miedos, sus espectativas, sus añoranzas... En algunos pasajes, su carácter. Y en otros, su sentido del humor. Llama la atención cómo en apenas seis días ya tenía cogida la medida —tanto de medios como de personas— de lo que a partir del 1º de Julio iba a pasar a gestionar.
El webmaster
Villarcayo, 6 de Junio de 1979
Queridos Chelo y Eduardo:
Hoy es día 6 de Junio y me encuentro en la Colonia desde el día 1. Todavía no he reaccionado. Aquella frase que tú has dicho tantísimas veces: "¡¡¡Estoy como una berza!!!", pues así estoy yo. Me parece que todo esto es un sueño, una pesadilla, que muy pronto volveré a estar en Bilbao, en mi piso, con mi Centro de Asistencia a un paso de casa, con mis amistades de siempre, con mis conciertos y mis conferencias, con mi rincón de la T.V. donde tan feliz he sido con mis siestecitas, con mis compras en el supermercado... ¡Qué se yo!
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Aquí, todo... es mucho: mucho trabajo, mucho personal, mucho crío, mucho gasto, mucha responsabilidad. La despensa es un auténtico supermercado. A todo lo largo de la misma, y como si fuesen carboneras, están unas arcas de madera repletas —sobre todo en el momento que descargan el camión del almacén de obras sociales— de lentejas, alubias blancas, garbanzos, arroz, alubias rojas, cola-cao, azúcar, pasta de sopa menuda, fideos, macarrones, sal... Luego, en las estanterías, latas enormes de tomates, pimientos, espárragos, alcachofas, champiñones, Nescafé, mermeladas, foie-gras, jamón york, cajas de galletas —verdaderas estibas—, cajas de quesitos, ristras de chorizos, botes enormes de Nocilla —que se les alterna para las meriendas—, tabletas de membrillo, quesos... Y unos bidones de aceite —tres—, que parecen máquinas de tren en posición vertical. Se abre una puerta —todo esto está cerrado con llave y las tengo yo—, y aparece como un hall rodeado de puertas, y cada puerta es una cámara distinta: una sólo para carnes, una sólo para pescados, otra sólo para verduras, otra sólo para frutas, otra sólo para productos lácteos —leche, mantequilla, quesos frescos, huevos, etc.—. Todo es demencial. Los almacenes del repuesto del menaje y ropa de cama, mesa y cocina son auténticas tiendas: estibas de soperas, de tazas, de coladores, de cubiertos, sartenes...; estibas de sábanas, manteles, servilletas, colchas, toallas, comandos para el invierno... Y lo que más gracia me hizo: una habitación como el cuarto de baño de casa, llena hasta el techo de paquetes de 100 rollos cada uno de papel Elefante.
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Todas las mañanas, a las ocho y media, ya estamos la Superiora y yo en el muelle que hay junto a la cocina, vigilando el atraque de los camiones del pan, pescado, frutas, leche, etc. Hay que pesarlo en una enorme báscula que existe en la entrada de la despensa y entonces se llena el correspondiente albarán: tantos Kg. por tantas pesetas igual a tanto. Guardamos cada albarán y a fin de mes se coteja con la factura que ellos traen, y si es conforme se paga y en paz. Hay que abrir las cámaras y dar a la cocina la leche, mantequilla, foie-gras, etc., para que preparen los desayunos de los críos —sobre 360— y el personal —cerca de 72—. Esto es como un cuartel.
El personal está distribuido de la siguiente forma: 8 profesores y profesoras, 12 monitoras o instructoras —todo este personal es femenino y, según la comunidad, muy duro de pelar; de momento, no he tenido ningún roce porque estando las religiosas todavía creo que no debo de intervenir pero, si llega el caso, ya me oirán—, 6 en la cocina, 5 en el comedor de los críos, 3 en el office, 2 camareras para el profesorado y monitoras, 5 en el ropero, 4 en el lavadero, 9 dedicadas sólo a la limpieza, 13 hombres que son: el encargado de todos ellos —que está bajo mis órdenes—, 2 electricistas, 2 carpinteros, 2 hojalateros, 3 peones hortícolas, el portero de día, el de tarde y el de noche, 3 médicos, 1 capellán y 1 peluquero. Los peones hortícolas están todo el día maniobrando con sus tractores, y máquinas segadoras, y tijeras de podar, y máquinas de recoger yerba, y plantando flores, y talando árboles... Y así, la explanada que hay frente al edificio es un maravilloso parque que no tiene estanques, pero sí tiene cuatro piscinas muy bien cuidadas para que los críos se bañen en verano.
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Parece mentira pero estos hojalateros, carpinteros o electricistas no paran en todo el día. Cuando no son las duchas del dormitorio de las niñas es el desagüe de una piscina, o una fuga en los calderines del agua caliente, o la puerta de la capilla que no encaja, o las ventanas de las salas de juegos, o el interfono que no emite, o un sintasol que se ha estropeado. Constantemente están como los enanitos de Blancanieves, trabajando sin cesar. El encargado de todos ellos, Anselmo, es un hombre muy trabajador y muy recto.
Gracias a la Comunidad que es un encanto y se desviven por hacerme esta separación menos dolorosa, porque créeme Chelo que a mí este traslado me ha traumatizado psíquicamente. Yo siempre he dicho que soy mujer de ciudad: mi trabajo, mis compras, mis conferencias, mis conciertos, mis cines, mis amistades y sobre todo mi rincón del cuarto de costura con mi costurero delante y el televisor, mi fiel e incondicional acompañante. Ahora, todo esto queda muerto. He tenido que renunciar a mi vida social y familiar, y a mis 52 años vuelta a empezar una nueva vida, y en un pueblo. Lo que me satisface, es pensar que los señores del Consejo de la Caja de Ahorros me vieron capacitada para desempeñar este cargo. ¡Menudo son ellos! La Clínica se cierra a últimos de año y a mí me han dado un puesto mucho mejor que el que tenía. Lástima que la Colonia no esté en Santutxu o en Recalde o en Ocharcoaga. ¡Yo añoro tanto mi piso...! ¡Si por lo menos cada noche pudiera ir a dormir a casa...!
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Otra cosa que me consuela y es lo que me decía Emilio: "Hazte a la idea de que vas a hacer las Américas a 83 Km. de distancia nada más". Y no le falta razón. Ahora que me veré obligada a comprar el piso, ¿sabes tú lo que representa tener el sueldo limpio limpísimo? Me lleno la bañera y no me corre el contador. Desayuno, como y ceno, y no me tengo que rascar el bolsillo. Leo de noche en mi habitación, y no corre el contador de la luz. Y además, tengo tanto quehacer en la Colonia que no he salido todavía al pueblo en 6 días —4, para ser más exacta—. Quiero decirte con esto que no solamente no gasto en comida ni gas, sino que no gasto en nada superfluo. Pero bueno, pienso yo que lo de Villarcayo no será demasiado largo, ya que el fin de estas Colonias es traspasarlas al Estado.
Llegué el viernes día 1 acompañada de la asistenta social de la Caja y ella, después de presentarme en compañía de la Superiora a todo el personal, comió conmigo, y sobre las seis de la tarde se fue. Subí a mis dependencias, que consisten en un despacho y salita, mi dormitorio con un estupendo armario a continuación, y el baño, completo y muy grande. Las mejores vistas al jardín de la Colonia pienso que son las de mi despacho y las de mi baño. Toda la explanada florida, los columpios, los bancos entre el césped, los setos, los árboles... y este cielo castellano tan azul, tan claro, tan limpio. Cuando los niños están en clase o en su hora de estudio, que hay tanta tranquilidad en el edificio y tanta paz, me evado un poco de este mundo y, mirando al cielo, pienso y vuelo junto a todos los que quiero. Ya nos veremos pronto, si Dios quiere.
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Mientras guardaba mis ropas en el armario, me dio por llorar. Don Julián Echevarría, “Camarón", me regaló con motivo de mi marcha un joyero, que es una caja de música y toca “El Danubio azul". Era una escena propia de película de Fellini. Yo solita en un pueblo, rodeada de caras desconocidas hasta aquel momento —¡y las que me quedan por conocer!—, iba guardando mis cosas en los cajones y armario. Y aquella musiquilla, que no cesaba de tocar, me recordaba mis épocas felices en Bilbao, mis amistades, mis invitaciones a la Bilbaína...
Por cierto, que el sábado día 26 fue cuando "Camarón" me invitó a comer a la Bilbaína para despedirse. Yo me puse el traje de Loewe y, como llovía, fui en taxi. Al regreso, salí del taxi corriendo —ya que cada gota de agua es una mancha en este ante tan fino— y entré corriendo al portal. Pegué un resbalón con el suelo mojado y fui a dar contra el mismo suelo hasta la cabeza. El traje quedó todo pringado con el agua sucia del mármol. Mi cabeza estaba a base de snif, snif, y en la parte derecha del pecho un dolor que para qué. Me hice una radiografía en la Clínica: tengo fisura en las costillas debajo del pecho y llevo un vendaje bastante ajustado de esparadrapo. Sobre todo cuando toso o estornudo, me duele bastante. Así me vine a trabajar a mi nuevo destino. Ya me dijo el cirujano: "Tendrá que pedir la baja". Pero aquí ya estaba todo preparado, esperando mi llegada, y no era cosa de empezar estando de baja.
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Las otras veces que he venido con el Sr. Bañales y algún otro jefe de la Caja hemos comido en el comedor del Consejo y nos ha servido una camarera que es una maravilla de mujer y que es la camarera de los compromisos avestucráticos. Pues bien, esta camarera es la que han designado a mi servicio. Demasié. Sí, en lo material no me puedo quejar, pero es la parte afectiva la que anda coja y macilenta.
Con la Comunidad de monjas estoy encantada, y hacen todo lo posible para hacerme esta separación menos dolorosa. De momento, como con ellas en la clausura, que ya no es clausura desde el post-concilio. Llegué el viernes, como te he dicho, día uno. Por la noche al ir a cenar me encontré que había dos señoritas siemprevivas, hermanas de la Superiora, de visita. Y yo, tan egoísta durante aquella tarde, no hacía más que decirle a la superiora: "¡Madre, no me deje!". Y ella, pobre, con sus hermanas recién llegadas y que se iban al día siguiente, no me dijo que no podía. Efectivamente, el sábado día dos a la hora de la comida me dicen que, si quiero, que me llevan a Bilbao, que ellas van allá. Yo no lo podía creer. Y así fue como, antes de llevar aquí veinticuatro horas, ya estaba yo camino otra vez de Bilbao a pasar el fin de semana. Pero lo más gordo no fue esto. Lo más gordo es que estas señoritas prolongadas viven en Zalla, y se llegaron a Bilbao adrede a dejarme a mí a la puerta de casa. Como ir de Tarragona hasta Villanueva, y se acercan a Barcelona sólo por mí.
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Al día siguiente, domingo, cogí el autobús que sale de A.N.S.A. a las ocho y media de la tarde y llegamos a Villarcayo casi a las once de la noche, porque pasa por Medina de Pomar y da más vuelta y, además, en el hostal del Cadagua el chófer tiene la ocurrencia de parar diez minutos de descanso para que la gente haga pis o se tome un refresco. Cuando llegué a Villarcayo, me quedo de piedra al ver que me iban a recibir dos monjas, por si yo venía cargada y ayudarme a llevar cosas. Otra vez demasié. ¡Pobrecitas, a las once de la noche por estos mundos de Dios! Cuando nos acercamos a la Colonia, el portero de noche, que sabía de mi marcha y mi regreso, encendió todas las luces del edificio y del jardín, y estos focos verdes que están escondidos entre el césped. Y por el megáfono, una monitora —precisamente— tuvo la ocurrencia de poner una sardana preciosa que se llama "Per tu ploro" ["Por tí lloro"]. Me quedé emocionada. Fue un detalle por parte de todos. Yo hacía un gran esfuerzo para que no me viesen llorar. No quiero parecer débil delante de nadie. El espectáculo del edificio y jardín iluminado, la sardana, aquel cielo estrellado... Parecía una verdadera representación de luz y sonido.
Ya he conocido a don Leandro Andino, que es el capellán. Me recuerda a los hombres que en el cine anuncian tabaco Marlboro. La Superiora me lo presentó, y él me trasladó una duda: que si se marcha la Comunidad, a ver qué piensa de él la Caja, si sigue dando clases de religión nada más.
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Problemas hay miles y miles, y todos pasan por la administración. La Madre Superiora —menudita y delgadísima—, además de ser una superdotada, ha tenido la gran suerte de que en casos de agobio siempre la Hna. Fulana o la Hna. Zutana le han echado un cable. Pero yo no sé a quién recurriré. Los líos del personal son enormes, complejos, prolijos. Cuidar de que en una casa de esta envergadura esté todo a punto, prever siempre las necesidades con un par de días de antelación como mínimo... Estoy asustada. El viernes día 8 celebran el festival de fin de curso, y los de la Colonia han organizado con los del Grupo escolar del pueblo competiciones deportivas, y la Caja ha regalado —las traje yo— dos copas y cinco medallas, y a la asociación de amas de casa de Villarcayo un talón de 25.000 pesetas, que por cierto ha sido el primero que he firmado yo en mi recién estrenado cargo. La Colonia está muy vinculada con el pueblo.
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Mira, ahora mientras te estoy escribiendo viene una maestra para decirme que dos chiquillos se han encaramado en el tejado de la capilla por la parte más alta, y que no se quieren bajar, que pueden romper la vidriera. Ha ido la Superiora a ver si consigue que obedezcan. Espero que estos pequeños gamberros sean una minoría entre los casi cuatrocientos críos que tenemos aquí. Sabes, mientras la Caja les tiene en la Colonia, hasta les paga los gastos del zapatero remendón. ¡¡¡Y cómo les da de comer...!!! Y qué bocadillos para la merienda... Y, esté la fruta al precio que esté, se trae para cada día y, junto con el postre de la noche, se alterna con natillas, arroz con leche, flan, piña, melocotón, etc.
Adios hija y familia. Pienso que, después de leer esta carta, estarás un poco al corriente de cómo se desenvuelve mi vida en Villarcayo, pueblo que todavía no conozco. Al tener misa en la misma Colonia y tanto trabajo en ella, esto hace que no haya pisado ninguna calle aún. Desde luego, meto horas extras como por un tubo. Ya lo sabía yo. Pienso que la Caja algún día me lo agradezca y, si no, peor para ellos. Ya han ofrecido la plaza de enfermera y encargada del ropero —que lo llevaba una hermana— a las enfermeras de mi Clínica, y una detrás de otra han dicho que no. Todas han esgrimido sus argumentos —la única que ha accedido, yo—. Ahora, que les hacen firmar un papel conforme renuncian al empleo. Luego, que se atengan al despido y a la indemnización. No está el momento para rechazar puestos de trabajo.
Muchos besos a todos, y hasta cuando pueda otra vez escribir tan largo.
Mamá