Relatos: "Vivir un sueño": la versión del director



"VIVIR UN SUEÑO": LA VERSION DEL DIRECTOR


Por José Luis Viloria

Madrid, 19 de Junio de 2010.

Volver sobre el documental “Vivir un sueño”, ambientado en la Residencia infantil de Villarcayo, me ha traído muy buenos recuerdos y una enorme nostalgia. En aquel tiempo –1965, hace ya cuarenta y cinco años–, yo era un joven que acababa de obtener el título de director de cine, y disfrutaba de la Espiga de Oro ganada en el Festival Internacional de Valladolid por otro cortometraje. Es entonces cuando recibo el encargo desde Cataluña de una película muy grata de realizar por la excelente materia prima, es decir, por un tema tan goloso: una residencia veraniega de niños.

Se trata de una película sencilla, que lleva una duración –12 minutos– propia para poderse exhibir en un cine comercial. Lo suyo es que tuviera una mayor duración, como de unos 20 minutos en total, porque uno se queda con ganas de ver más. Y lo ideal habría sido también que la Caja de Ahorros hubiera realizado otra película posterior, a los cinco o diez años del rodaje de ésta. Pero eso es meternos en la utopía.

Lamento muchísimo tener ya la memoria débil –acabo de cumplir 80 años– y haber olvidado algunas cosas que me gustaría poder rememorar ahora. Afortunadamente, dispongo de dos ayudas para refrescar mis recuerdos. Por una parte, el pormenorizado artículo de Iñaki Ll. sobre el cortometraje “Vivir un sueño” –me ha gustado mucho, y admiro su labor en él–. Y por otra, la de Lluis Josep Comerón, el que fuera director de la desaparecida Movirama, de Barcelona, que produjo el film, con quien me he puesto recientemente en contacto.

Comerón ha sido hasta hace poco director de producción ajena en la TV3 –la TV pública catalana– y, sobre todo, es una gran persona. Su adjunto en Movirama era Jorge Illa, inválido, de las personas más maravillosas y ejemplares que he conocido en mi vida. También ha leído el artículo sobre la película, del que ha quedado gratamente impresionado. Dice que es un meritorio trabajo, completísimo y muy bien hecho. Como a mí, también a él le ha traído buenos recuerdos y añoranzas.

La productora Movirama Telecine pertenecía a un industrial de Barcelona, que tenía una fábrica de aparatos de radio, y posteriormente de televisores, marca “Iberia”. La empresa la dirigía un barcelonés de buena familia, pariente lejano mío, que poco tiempo atrás me había encargado una película de propaganda para Pinturas Titán, y que quedó muy bien. La parte técnica la llevaba un director de cine catalán, Francisco Pérez-Dolz; y la gestión empresarial, un tal Dorado. Estos recibieron el encargo de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, a través de un señor de Madrid de buena posición y buenas relaciones. Al poco tiempo cesaron en la empresa Dorado y Pérez-Dolz, sustituyéndoles Comerón e Illa, de manera que se encontraron con la parte previa de la preparación de la producción de la película, ya a medio hacer. El guión lo firmaban Pérez-Dolz y José Luis Guarner, un estupendo crítico de cine, fallecido muy joven.

Comerón me cuenta que, entre él y yo, modificamos el guión para mejor. Me asegura que yo seleccioné a los niños, pero no me acuerdo bien de cómo lo hice.

Recuerdo a dos personas que nos brindaron todas las facilidades para culminar con éxito nuestro trabajo. Una de ellas es Pedro Luis Bonafuente, por aquel entonces responsable de Obras Sociales de la Caja de Ahorros, de origen riojano y una persona encantadora. Comerón sugirió a Bonafuente que entre los mismos niños hicieran un concurso para los dibujos de fondo para los rótulos de cabecera, y seguramente así se hizo, quizá con la supervisión de la maestra que Iñaki Ll. indica en su artículo.

De la bondad de Bonafuente, como su propio apellido ilustra, está el hecho de que nos invitó a comer en un sitio de la costa, supongo que cuando rodamos en Bermeo, y no nos atrevimos a pedir el plato estrella de la casa por su elevado coste, que era langosta. El nos incitó a ello, dándonos ejemplo solicitándolo para todos. Es posible que yo eligiera rodar en Bermeo mejor que en otro puerto porque ya había rodado allí un documental para TVE en color –entonces se emitía en blanco y negro– para difundirlo en el extranjero. Este corto, que se conserva en la Filmoteca de Castilla y León, quedó muy bien a pesar de los exiguos medios. La verdad es que Bermeo es un pueblo que siempre me encantó, y allí he vuelto siempre que he podido.

La otra persona de la que guardo grato recuerdo es Sor María Díaz-Caneja, que a pesar de ser la superiora de la comunidad de monjas que dirigían la Residencia, poseía un espíritu abierto y progre para aquel tiempo. Era hija de un prestigioso oftalmólogo santanderino, director durante muchos años del Hospital de Valdecilla. He sabido que la hermana Díaz-Caneja vive hoy día en Santander. La recuerdo como una persona maravillosa: era –es, supongo también ahora– una mujer atractiva, no sólo físicamente, sino por su valía y categoría humanas.

Recuerdo que entonces hice la advertencia a Sor María de que a las niñas, en competiciones de baloncesto o gimnasia, las veía estéticamente desfavorecidas con aquella falda-pantalón o pololos, como las de la Sección Femenina de Falange. Y que cuánto mejor estarían en pantaloncitos que, además de ser más prácticos, iban más en consonancia con los movimientos del cuerpo. La monja se atuvo a mi consejo, y las niñas estrenaron al poco tiempo un pantaloncito deportivo.

Veo que, en los títulos de crédito, aparece tras mi nombre las siglas “a.t.c”. Significan “Asociación de Titulados en Cinematografía”, y se corresponde a los que obtuvimos la titulación de directores de cine en la antigua Escuela Oficial de Cine, dependiente del Ministerio de Información y Turismo que, entonces, dirigía Fraga Iribarne. Lo usábamos todos –Borau, Summers, Gutiérrez Aragón, Picazo, Patino...–, pero con el tiempo dejamos de ponerlo.

La película, una vez concluida, fue premiada en 1966 en el Certamen de Cine Industrial que se celebró en Valencia, presidiendo el jurado el director Luis García Berlanga. Creo que conservo aún el programa en algún sitio. Lamentablemente, lo que no guardo es ninguna foto del rodaje.

Me pregunta Iñaki Ll. si el tema principal de la película, una canción de cuna vasca, se interpretó tarareado en vez de vocalizado en euskera a causa de la censura –o autocensura–. No recuerdo nada de la canción, ni cómo se incorporó al documental ni de dónde procedía. La censura no llegaba a esas minucias, y menos a películas que no se iban a comercializar ni ver en los cines sino en ambitos privados. Yo mismo por aquel entonces hice varios documentales para Televisión Española (TVE) producidos por X-Films –productora que dirigía José Mª Gonzalez-Sinde–, para una serie que se vendía al extranjero, sobre todo para Alemania, donde había tantos emigrantes españoles. El espacio se llamaba "Aquí España", y lo dirigia Pío Caro Baroja, nieto de don Pio Baroja. Hice entonces documentales sobre Bermeo, Guernica y Elorrio, y utilice canciones en euskera. La censura no llegaba a tanto, aunque sí puedo contar una anécdota sobre el grado de estupidez que podía alcanzar: en mi pelicula "Los diablos rojos" (1966) hay una escena en que un niño prepara un biberón para alimentar una cabra que tienen de mascota, va a la nevera, echa leche en el biberón y luego echa agua en la botella de la leche para compensar lo sustraido y que no se note... ¡Eso nos mandaron quitarlo!

El director de cine José Luis Viloria (derecha), durante el rodaje de la película "Los diablos rojos" (1966), filmada un año después que el corto "Vivir un sueño".

He vuelto a ver recientemente el documental "Vivir un sueño", y no puedo evitar mirarlo con los ojos de un veterano. Con el tiempo, uno tiene más capacidad de análisis, y ve algunas cosas que no le gustan: no me explico cómo las he podido rodar yo. Quizá porque no teníamos material adecuado. Por ejemplo, las primeras imágenes de la ciudad de Bilbao, son tomas que parecen postales, como algo muerto. Y entonces me pregunto cómo he podido rodar esto así, tan estático, tan poco cinematográfico. Ahí, lo propio habría sido disponer de un Zoom –entonces se llamaba Transfocator, y llevaba pocos años en el mercado–, para arrancar la toma desde el agua de la ría hasta descubrir un paisaje, y darle así más vida. Pienso, por ejemplo, en el puente quizá entonces más emblemático de la ría de Bilbao: el puente colgante de Portugalete. Posiblemente no le pudimos sacar más partido a la película en ese sentido, ya que era necesario disponer de un material cuyo alquiler tenía un coste añadido.

Lo que más lamento es que la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao no se animara, a los cinco años o así, a hacer el mismo documental de otra manera, pero mejor. Creo que hubiera dado un resultado muy bueno, ya que habríamos profundizado más en la vida de los niños, algo que en "Vivir un sueño" queda en un plano demasiado general. Pero la Caja no se decidió a hacer esa segunda parte, y no creo que fuese por falta de presupuesto.

Respecto a un posible proyecto de restauración del cortometraje de que hablamos, Comerón insiste en decir que, cuando desaparece la productora Movirama, ellos entregaron todos los negativos a la Filmoteca de Catalunya, y lo mismo hicieron los laboratorios Fotofilm. Lo que hace falta saber es si esta filmoteca funciona bien, y guarda correctamente todo lo que adquiere y en buenas condiciones. Tengo mala experiencia de los archivos de TVE, donde se han perdido muchos de mis trabajos que, posteriormente, he querido recuperar.

Me jubile hace unos años de TVE, donde he desarrollado casi toda mi vida profesional, realizando últimamente películas para la Unión Europea de Radiodifusión (UER), representando a España, películas que desgraciadamente no fueron programadas por esta empresa. Ahora escribo novelas y guiones con la esperanza de transformar estos últimos en película bajo mi dirección. La cosa está difícil, pues el mundo del cine es complejo y más para mí, que ya no soy joven y que estoy retirado de ese mundillo desde hace tiempo. Recientemente, me han publicado una novela: “Oyó gemir el mar”.

Yo solía venir a menudo a Bilbao, una ciudad que para mí tenía una gran belleza. Disfrutaba adentrándome por las Siete Calles, conocer gente, charlar... Me gustaba esa costumbre que tienen allí de reunirse en un bar a tomar unos chatos de vino –txikitos le dicen–. Después de muchos años, tuve ocasión de volver por Bilbao el pasado año, y lo he encontrado muy mejorado: el entorno del Museo Guggenheim, los paseos a orillas de la ría, y en general todo más luminoso y limpio... Pero en lo esencial, veo que no ha cambiado mucho. Tuve ocasión de volver al Casco Viejo, y allí me pude encontrar de nuevo con esos grupos de amigos, charlando animadamente en torno a unos vasos de vino.

He visitado la Web de la Residencia, y me admira el espíritu de camaradería y amistad, llena de añoranza, existente entre los antiguos residentes de Villarcayo, entonces niños, a pesar de los años transcurridos. Sin duda fue una gran institución y pienso que es una pena que haya desaparecido.

También he tenido ocasión de leer el relato de Mentxu, la niña protagonista del cortometraje, a quien me gustaría ver y saludar personalmente. Lástima que haya pasado el tiempo volando, tras el que aquella chiquilla simpática y bonita se ha convertido en Doña Carmen Bahón González, toda una madre –y abuela– de familia, afrontando los últimos años ya de una trazada trayectoria profesional. Pero la vida es así y ahí está el "Libro del Eclesiastés" para recordárnoslo:

"Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; un tiempo para matar y un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas, un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo de guerra y un tiempo de paz" (Eclesiastés, 3:1-8).